Ese primer lunes de vuelta al ruedo fue, sin dudas, intenso. Costó dormirse la noche anterior con tantas cosas en la cabeza. La pandemia, la cuarentena eterna y la maternidad se convirtieron en un torbellino de emociones.
La recta final de la licencia tuvo sus momentos de planificación, para que este regreso fuera más ameno.
Con la tranquilidad de que el bebé estaría en buenas manos entre el papá y la niñera, enfrenté el primer día laboral.
Todo listo en la cartera: barbijo, auriculares, lapicera, cargador de celular y el sacaleche, mi nuevo aliado. En otro bolsito, el equipo del mate. Ya no se comparten en la oficina y cada uno lleva el suyo.
Volver a empezar
Para resumirlo, podría decir que volver después de tres meses, fue como dice la famosa frase “como andar en bicicleta”. Apenas me senté en la computadora de la redacción de El Doce, no recordaba ni mi contraseña. Pero después de unos minutos todo empezó a fluir.
Recordé cómo se manejaban los programas del sistema y empecé a pedalear despacito con los quehaceres de la tarde. Todo está guardado en algún rinconcito de la cabeza, es cuestión de arrancar. Es cuestión de confiar.
La rutina hace que los días pasen rápido, no hay tiempo ni de extrañar al bebé en el trabajo. Pero el cuerpo avisa que pasaron horas lejos de casa. Entonces llega el momento de encontrar un espacio adecuado en la oficina para volver al rol de mamá. El sacaleche se vuelve parte del día a día. En buena hora que podamos mantener la lactancia materna todo lo posible.
Valorar el tiempo
Ser mamá y trabajar nos enseña a aprovechar mejor los tiempos. Cada media hora libre que tenemos se exprime al ciento por ciento. Cada rato que tenemos para estar con nuestros hijos, se valora y disfruta más que antes.
Por otro lado, el tiempo de estar fuera de casa, fuera del universo bebé, también nos hace bien. El trabajo es por momentos un recreo para conectarnos con otras pasiones, hablar de otras cosas.
Y al final del día, volver a casa tiene un sabor especial. El cansancio de la jornada se va apenas tocamos esa piel suave y sentimos olorcito a bebé.
Reconozco que me apena percibir que Facu casi ni nota mi ausencia, aunque por otro lado, eso también me da tranquilidad.
La hora del baño, la teta antes de dormir, son los rituales intocables de mi nueva normalidad. Ese momento sagrado entre mamá y bebé que acorta todas las distancias físicas del día y nos llena de pilas para volver a empezar.
Canción de cuna y luces bajas que atenúan todo el estrés que podemos traer de afuera. Abrazos y besos que nos recuerdan que lo más importante sigue estando ahí, en casa.