Hoy me saqué el barbijo y lo hice en vivo saliendo para el noticiero. Pido disculpas. Antes aclaré que era necesario. Antes aclaré que había un vidrio que me separaba de la otra persona que tenía frente.
Antes dije un montón de cosas. Cómo ponerle una solución de alcohol al 70 por ciento a las palabras. Cómo secarme las lágrimas si recomiendan no tocarse la cara.
Del otro lado del vidrio, estaban Pepa, Aurora y más de 50 abuelos que hace un mes no reciben las caricias de los suyos.
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Un ratito antes del móvil, el hijo de Aurora llegó al geriátrico de barrio Sarmiento. Traía una bolsa con algunas mudas de ropa, las dejó en la puerta y del otro lado alguien con batas de seguridad, máscara, guantes y barbijo, recibió la bolsa.
La roció con desinfectante y la ingresó.
El hijo quedó afuera y del otro lado del vidrio. La saludó a la mamá y ella de adentro le sonreía.
Él de afuera también sonreía pero la sonrisa le empañaba los lentes con el barbijo. Las sonrisas empañan lentes detrás de un barbijo.
Aurora, que lleva seis meses alojada en el geriátrico Sagrado Corazón de Jesús, extendió un palo disfrazado de colores con un gancho en la punta. El gancho salió por la ventana y el hijo tomó el barbijo envuelto en papel celofán y un moño. “Gracias, mamá”. Eso fue todo.
+ VIDEO: el momento en el geriátrico:
Así anda el amor en los geriátricos. No hay nietos, no hay abrazos, no hay yernos ni nueras, tampoco hay hijos. Les pregunté qué veían en la tele. Y me dijo la gente del geriátrico que le ponen música, películas y novelas.
Así anda el amor en los geriátricos. No hay nietos, no hay abrazos, no hay yernos ni nueras, tampoco hay hijos.
Que tratan de que no estén expuestos tanto a las noticias. Que los días se hacen largos y que es difícil mantenerles el ánimo. Por eso, en estos días, con algunas pacientes que mantienen intactas sus manos para la máquina de coser le dieron duro a los barbijos.
La idea, simple y enorme: un barbijo por una sonrisa.
El lugar, el único que tienen. Ese límite de cristal entre el afuera y el adentro. Hicieron cartelitos de colores que pegaron en el vidrio casi como un pedido de auxilio.
Podría pensar cualquiera que ellos son los que deben ser auxiliados. Pero ahí viene la parte que me quebró mientras salíamos en vivo. Quiénes son los que deben ser auxiliados. Quiénes necesitan más el abrazo, la caricia, el beso, el mate y la charla íntima y cercana con el afecto. Quizás los hijos de Aurora también extrañan el abrazo de la mamá, quizás los nietos quieran algo más que una video llamada por celular.
Por eso, por un instante me pareció injusto el trato. Pepa me extendía un palo disfrazado de colores con un gancho en la punta. El cartel en el vidrio que nos separaba decía “Un barbijo por una sonrisa”.
Pepa me extendía un palo disfrazado de colores con un gancho en la punta. El cartel en el vidrio que nos separaba decía “Un barbijo por una sonrisa”.
Por un instante, mi parte del trato no hacía justicia a la sonrisa bondadosa de Pepa. El gancho estaba ya de este lado del mundo. Me saqué el barbijo para que mi gesto más humano le llegue a su lado del mundo.
Y así hubo trato: una sonrisa por un barbijo. Gracias, Pepa.