Vienen. Vienen por un pasillo. Traspasan la puerta del corredor que divide Ucrania de Polonia y ahí aparecen manos solidarias que los reciben.
Chocolates y golosinas de todo tipo, comida y bebida caliente, abrigo para soportar el intenso frío, chips de celular para comunicarse con sus seres queridos que quedaron en el país. Quienes necesitan pañales, también los consiguen. Incluso hay un hospital para mascotas.
Antes que nada, el afecto actúa como una leve contención para el horror de escapar de la guerra.
De ahí, los refugiados son guiados hasta los colectivos que los distribuyen en distintos lugares.
La mayoría pide quedarse en la zona porque alberga la esperanza de volver pronto.
Pero, como lo mostrábamos en Telenoche, muchos terminan en Varsovia, la capital polaca, donde tienen familiares, algún vínculo o alguien que les ofrece albergue para pasar este momento tan complicado.
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Mientras salen los colectivos cargados de la angustia de los que huyen del horror, nieva. Es una nieve suave, que cae tenuemente, pero que nos marca el frío en muchas dimensiones.
Por eso, vemos hogueras en distintos sitios donde se amontona gente buscando calor en el exilio.
La frontera es una ebullición humana. De un lado, los refugiados que huyen de Ucrania rumbo a Polonia. Del otro, una extensa fila de autos, camiones y combis intentan ingresar a Ucrania para llevar algún tipo de asistencia.
Es un trámite lento y complejo. Son esperas de unas seis o más horas para poder atravesar el límite de ambos países, uno en guerra y el otro con una historia de haber padecido invasiones.
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