Las palabras de Lula fueron inquietantes. Ingresando de lleno en la dimensión del estropicio, el presidente de Brasil defendió el esperpéntico régimen que impera en Venezuela, diciendo que las violaciones sistemáticas de Derechos Humanos por parte del régimen residual chavista “son una construcción narrativa”. Añadió que esa “lectura sesgada y simplista” deformó la imagen que el mundo tiene de lo que ocurre en Venezuela.
¿De verdad cree Lula que los venezolanos no están sometidos por un régimen calamitoso y autoritario? ¿Cree el jefe del Planalto que “es una lectura sesgada y simplista” la de los minuciosos informes que, luego de intensas investigaciones, elaboró el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos? ¿De verdad Lula cree que miente Michel Bachelet? ¿Para el líder del PT que gobierna al gigante sudamericano es cierto lo que dicen Maduro y Diosdado Cabello, mientras que es mentira lo que dicen organizaciones defensoras de DD.HH. como Human Right Watch y Amnistía Internacional, entre tantas otras que denunciaron persecuciones, censuras y brutales represiones cometidas por el régimen venezolano?
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Lula da Silva no puede ignorar que la represión contra las protestas masivas que marcaron el final de la década pasada, dejando decenas de muertos y cárceles militares, como Ramo Verde, abarrotadas de presos políticos. Tampoco puede ignorar las decenas de ejecuciones extrajudiciales que han sido denunciadas y las torturas que se cometieron en las mazmorras del Helicoide, inmenso edificio donde el Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN) encierra en condiciones infrahumanas a los líderes disidentes y a los militares que se apartaron del régimen denunciando corrupción, sociedades con mafias narcos y violaciones a los Derechos Humanos.
Como habrá sido de grave el derrape de Lula en la apertura de la cumbre en Brasilia para promover el dialogo regional, que dos de sus invitados, Luis Lacalle Pou y Gabriel Boric, lo cruzaron públicamente de manera contundente. “No se puede tapar el sol con un dedo”, le dijo el presidente uruguayo, mientras que su par chileno corrigió al anfitrión brasileño explicándole, como si hiciera falta, que “los atropellos a los DD.HH. en Venezuela no son una construcción narrativa, sino una realidad y he tenido la oportunidad de verla”.
El estropicio que implicaron las palabras de Lula sobre Venezuela no le sumó a su intención de reintegrar a Venezuela en los organismos regionales existentes. Puede ser discutible, incluso cuestionable, pero no necesariamente es un error malicioso poner fin a una política de aislamiento hacia Caracas que no ha servido de nada. Pero una cosa es reconocer la realidad del fracaso de políticas como las que impulsó el llamado Grupo de Lima y también Estados Unidos, y otra cosa es describir la realidad de Venezuela como si fuese democrática y no se cometieran crímenes de Estado.
Una cosa era practicar el amiguismo irresponsable que varios presidentes practicaron con Hugo Chávez en la primera década del siglo 21, y otra muy distinta es defender el régimen cívico-militar que encabeza Maduro.
El exuberante líder caribeño empezó a desmontar la democracia liberal, pero el suyo fue un régimen mayoritarista (respaldado por la mayoría, pero que clausura a minorías que disienten) que no llegó el rango de dictadura. Pero ni bien murió Chávez, lo que quedó como régimen residual perdió el apoyo de la mayoría y terminó convertido en una dictadura lisa y llana. El régimen esperpéntico que, además, destruyó una economía que flota en petróleo, destartaló su gallina de los huevos de oro, la petrolera estatal PDVSA, y hundió a la población en una pobreza desgarradora.
¿Un relato “simplista” que deforma la realidad es lo que causó la migración de más de seis millones de venezolanos?
¿De verdad cree Lula que “una construcción narrativa” puede generar una diáspora de dimensiones bíblicas?