Cuando yo era más joven e irreverente (y aclaro que aún no sé si eso es un valor negativo o positivo) reaccionaba mal frente a los aduladores del muerto. Los acusaba de oportunistas, hipócritas, aprovechadores y con mi rebeldía sin causa a cuestas, y sólo para darles la contra, le buscaba los rincones oscuros al muerto para compensar tanto elogio desmedido.
Hoy pienso distinto. Creo que porque maduré al fin, o porque los años me dieron otra visión de la compleja raza humana que en mis desbordes juveniles no podía tener.
Lo primero que se me ocurre es pedir prudencia y respeto ante la muerte. Quizás no por la persona que ha muerto, que no va a tener registro de lo que se diga. Pero sí por sus deudos. Sus padres, hijos, esposos, amigos, gente que siente un dolor infinito y que encima tiene que soportar barbaridades de gente como aquel Jorge Cuadrado joven que sentía la necesidad de criticar.
José Manuel De la Sota era una persona pública, y por lo tanto expuesta a ser elogiada o criticada. Seguramente con el paso de los días habrá que recorrer su historia política con el rigor profesional que se necesita. Pero no es este el momento. Este es el momento de dejar en paz a los que sufren su muerte, para que lo lloren tranquilos, para que encuentren ese espacio de sosiego que se necesita para mitigar la angustia. Antes que un ex gobernador, ha muerto un ser humano.
El mismo análisis creo que es válido para explicar a las glorificaciones y honras desmedidas. Las exageraciones que se escuchan incluso de parte de los que han cuestionado y hasta despreciado al muerto en vida. Aquel péndex irreverente que yo era les hubiera caído encima con acusaciones y condenas. La persona que soy ahora tiene el derecho a preguntar qué pretendemos que se diga ante la muerte. ¿Vamos a pedirle a un dirigente opositor que escupa encima del féretro las barbaridades que pensó en vida? ¿Pretendemos pisotear la historia de un muerto frente a los hijos, los esposos, los amigos que lo lloran frente al cajón? ¿Creemos que podemos ser tan crueles e inhumanos como para interrumpir la congoja ajena?
Están bien entonces hasta los elogios desmedidos. Es lógico que un comentario positivo, por más inmoderado que parezca, intente reparar en algo el inmenso y oscuro pozo que provoca la muerte. Los tiempos siguientes se encargarán de poner las cosas en el lugar adecuado.
Ya vendrán los días de evaluar la historia política, la gestión, las campañas. Ya vendrá el tiempo de preguntarse por el efecto social que provoca la muerte de un hombre público. Hoy no.
Como periodista he tenido algunos elogios y muchas críticas para con el exgobernador, porque creo que el periodismo debe ser crítico antes que nada. Pero ahora, cuando estamos esperando que un larguísimo cortejo de gente que llora su muerte lo acompañe hasta su destino final, lo único que siento decir, lo único que debo decir es “José Manuel De la Sota, descanse en paz”.