Mamá, a veces pienso que el final de nuestra historia es triste. Una película que quisiera poder rebobinar para cambiar el final y que estuvieras acá conmigo. No se puede, claro. Pero cuando llega el Día de la Madre intentó hacer un esfuerzo por quedarme con el resto de nuestra historia, que es sin dudas, una historia de amor.
Si pudieras reaparecer ahora físicamente unos instantes, sólo te pediría que me abraces. Que tus brazos perfumados me contengan unos segundos para respirar profundo y atesorar un poquito más de vos. Que me digas que todo va a estar bien.
En este 2020 extraordinario, de pandemia universal, necesitamos a las mamás más que nunca. Necesitamos esos abrazos todopoderosos. Y es que los hijos sentimos que con ellas, nada malo nos puede pasar.
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Cuando las madres se van físicamente, el hueco que dejan es enorme. Tan grande que, tal vez, no alcance la vida entera para volver a llenarlo. Tampoco se trata de llenar nada, cada cosa tiene su lugar. Y el lugar de una mamá es inmenso.
Me gusta pensar que es tan sabia la vida, que así como nos quita, también nos vuelve a dar. A todos, de alguna u otra manera.
Ahora que yo también soy una mamá (en pleno proceso de construcción y aprendizaje) pienso permanentemente en la mía. ¿Cómo haría esto mi mamá? Y casi mágicamente una sonrisa se me pinta en la cara, mientras intento recordar su voz y escuchar lo que me diría.
Cuánto me gustaría que estuvieras acá para enseñarme tantas cosas. Qué lindo sería, querida mamá, que pudieras vos también acunar a mi bebé, bañarlo y vestirlo mirándolo a los ojos.
Me consuela saber que esa mamá que fuiste, habita en mí. Siento que puedo escucharte. Sé que estás acá, de mil maneras. Porque todo el amor que me diste está guardado en la memoria y en algún rincón del corazón. Ojalá tu dulzura pueda pasar de generación en generación.
La entrega
Ser mamá no es una tarea fácil. Implica desde el primer momento una entrega total. Un desapego de los propios intereses. Un abandono del egoísmo más primitivo que se transforma en amor por el otro. Ese otro que revoluciona todo para siempre: un hijo.
Así que, feliz día a esas mamás de brazos cansados y sueño entrecortado en noches eternas de lactancia. Feliz día a las que lloran en la ducha cuando las urgencias aprietan, para no preocupar a sus hijos. Feliz día a las que somos felices simplemente viendo a nuestros hijos sonreír.
Y feliz día a todas esas mamás, que como la mía, nos cuidan desde el cielo y habitarán por siempre en nuestro interior.