Brasil llegó a las urnas dividido en dos bloques. Pero esa polarización no es entre izquierda y derecha. Mucho menos entre centroderecha y centroizquierda, como señalan algunos medios en el mundo. El gigante sudamericano ha quedado dividido entre el centro que defiende la democracia y un autoritarismo exacerbado y ultraconservador.
En el centro que prioriza la institucionalidad democrática, muchos no adhieren al PT ni sienten simpatías por Luiz Inacio Lula da Silva, pero lo votan como mal menor porque el contrincante es Jair Bolsonaro.
Detrás de Lula no está sólo la izquierda y la centroizquierda, sino también el centro y la centroderecha. Mientras que a Bolsonaro lo acompaña la dirigencia y los votantes de la extrema derecha y del fundamentalismo religioso.
Buena parte del centro y del centroderecha no votan a Lula por compartir su visión política, sino porque es la forma efectiva de votar contra Bolsonaro. Mientras que el porcentaje de votantes del actual presidente, por tratarse de una posición extrema, resulta extremadamente alto.
Habría tres explicaciones para este fenómeno: el primero es que, por diversos factores, el mundo atraviesa un tiempo en el que la política supura engendros populistas por izquierda y derecha, dando competitividad a los extremismos y los discursos de exacerbación y de aborrecimiento político y social.
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Otra explicación del alto porcentaje de votos bolsonaristas está en que la economía manejada por el ortodoxo Paulo Guedes ha producido muy buenos resultados en diversas áreas. Finalmente, hay mucha gente que se dice de centroderecha, o incluso se cree de centroderecha, pero en realidad es ultraconservadora.
El fascismo político-religioso antes votaba a candidatos centristas sólo porque no tenía la oportunidad de votar a un extremista. Pero al cobrar fuerza un personaje de los rasgos de Bolsonaro, exhibe su verdadera naturaleza política.
Aún con esos tres elementos a su favor, el lado oscuro y patológico de Bolsonaro abarca una parte tan grande de su imagen, que los votantes centristas y centroderechistas que valoran el Estado de Derecho y repudian los fundamentalismos religiosos y políticos, entienden que votar en defensa de la democracia es votar para que no obtenga un nuevo mandato alguien que ha instigado públicamente y en reiteradas oportunidades al golpe de Estado.
La voluntad expresada en las urnas por una amplia mayoría de votantes, más que a favor de Lula, se pronuncia en contra de Bolsonaro. Ergo, el ex presidente es el favorecido por el estupor que causa en sectores significativos de la sociedad brasileña un presidente con visibles desequilibrios psicológicos, propensión a la vulgaridad, incontinencia barbárica, desprecio por la división de poderes y la institucionalidad liberal demócrata, y propensión a la violencia política.
Para entender ese estupor resulta útil asomarse a las descripciones del actual presidente que hicieron algunas personalidades prestigiosas, que no pueden ser sospechadas de izquierdistas o lulistas.
El ex presidente del Tribunal Superior de Justicia de Brasil, Joachim Barbosa, describió a Bolsonaro como “un ser humano abyecto, despreciable, al que hay que evitar”.
El prestigioso jurista agregó que el presidente ultraconservador “no es un hombre serio, no es apto para gobernar, no está a la altura, no tiene dignidad para ocupar un cargo de esa relevancia”, además de explicar lo que saben todos los funcionarios de Itamaraty y los diplomáticos del mundo: los gobernantes de los países democráticos tratan de evitar a toda costa cualquier tipo de contacto con él porque lo consideran un impresentable.
A Barbosa lo nombró Lula en la cúpula de la Justicia, pero siempre actuó con independencia y fue quien impulsó hasta las últimas consecuencias el proceso anticorrupción conocido como “Mensalao” y llevó a la cárcel a pesos pesados del gobierno petista y del PT, como José Dirceu y José Genoino.
Por haber sido ministro de Justicia de Fernando Henrique Cardoso y uno de los que pidió impeachment contra Dilma Rousseff, nadie sospecharía de “lulismo” o “izquierdismo” en Miguel Reale Junior, y también él reclamó votar a Lula, diciendo que “Brasil no aguanta cuatro años más de Bolsonaro, con amenazas de golpe, ataques al Tribunal Superior Federal y falta total de empatía con los que sufren”.
No hablaron bien del líder del PT, hablaron mal del actual presidente y pidieron sacarlo del cargo con el voto.
A ellos se suma el apoyo a Lula de liberales de centroderecha tan respetables como el ex presidente Fernando Henrique Cardoso y el ex gobernador de San Pablo Geraldo Alckmin. En el caso de Alckmin , a ese apoyo lo hizo con un gesto inequívoco: acompañarlo como compañero de fórmula.