“Traidor”, “No vuelvas nunca más al barrio” y “ojalá te lesiones” es lo más dicho y escuchado por los hinchas cuando entienden que un jugador los traicionó para seguir su carrera en otro equipo. El problema tiene muchos años, pero se agravó en los últimos meses. Quizás las grandes responsables sean las redes sociales y la sobreexposición de los futbolistas.
En Córdoba, el caso más notable es el de Matías Suárez. Dejó Belgrano a 10 fechas de terminar el torneo y se fue a River. El Celeste terminó descendiendo y el delantero, en cambio, levantó la Recopa Sudamericana con el millonario. Belgrano no tuvo los goles necesarios para salvar la categoría y Suárez los marcó en Buenos Aires para enamorar a la hinchada. Los contrastes son muchos y la broncha de los hinchas piratas es entendible.
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La culpa es compartida y el problema nace en las señales que da cada uno de los involucrados. Para comenzar a entender el fenómeno hay que dejar en claro que, si bien para los hinchas los principios son la pasión, el sentimiento y la pertenencia, para los jugadores esto solo es un trabajo y el dinero es la motivación que los mueve. El problema es cuando ellos confunden los límites y prometen lo que no pueden cumplir.
El tercer protagonista es la sobreexposición. En los últimos años las redes sociales pusieron al descubierto un montón de cuestiones que no estaban al alcance de los hinchas. Además de conectar y comunicar al jugador con la hinchada, sirven para inmortalizar frases, gestos y actitudes. Cada acción después de un partido o puede ser replicada hasta el hartazgo y el archivo será el encargado de condenar a los jugadores hasta el fin de su carrera.
"El problema es cuando los jugadores prometen lo que no pueden cumplir"
Prometer amor eterno, pertenencia, defender los colores o besarse el escudo de la camiseta es uno de los errores más comunes que cometen los jugadores. Lo hacen para entrar en el corazón de la hinchada y se equivocan. La única manera de hacerlo es siendo profesional y dejando todo dentro de la cancha. Los hinchas se aferran a eso y reclaman fidelidad sin entender el contexto.
Otro caso famoso es el de Mauro Zárate en Buenos Aires. Dejó Vélez para jugar en Boca y los hinchas del Fortín no se lo perdonaron. La bronca y la desilusión son entendibles, pero la violencia nunca tiene justificativo. El propio Zárate dijo que no jugaría en ningún otro equipo de la Argentina y a los pocos meses cambiaba de camiseta. Mintió y no cumplió con su palabra, es cierto. Pero de ahí amenazar de muerte a su familia, es demasiado.
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En Córdoba, además de Matías Suárez, hay otro jugador que despertó el odio de los hinchas que hasta hace pocos días le declaraban su amor eterno. Pablo Vegetti dejó Instituto para jugar en Belgrano. La polémica es extraña porque se trata de un jugador que no nació en La Gloria, solo jugó un año en Alta Córdoba y nunca prometió morir por esos colores. En este caso, nunca vendió humo y el que confundió las cosas es el hincha de Instituto.
Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. Cuando los jugadores lo tengan en claro y sean responsables en su accionar y sus declaraciones, se evitarán gran parte de los problemas. Si no lo hacen, estarán los hinchas y las redes sociales para demandárselo.