En la Argentina, 17 millones de ciudadanos no generan ingresos suficientes como para pagarse una canasta mínima de alimentos, bienes y servicios que les permitan vivir con dignidad.
La mitad está en esas condiciones de manera estructural, seguramente son hijos o nietos de padres o abuelos pobres que hace más de dos décadas no pueden superar esa condición. La otra mitad es más reciente: probablemente tienen trabajo, pero mal pago, con una educación tan insuficiente que nos les permite subir un escalón. Son los pobres hijos de las crisis, de la inflación, del trabajo que la pandemia se llevó y no volvió. Son los que, con crecimiento y políticas públicas serias podrían, en el corto plazo, estar mejor.
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Pero lo más exasperante de todo es que no estamos hablando de qué hacer con ese 40 por ciento de cordobeses que en la provincia no tienen para vivir. El otro 60 por ciento reniega porque se sabe en la cuerda floja, no da más de trabajar y que la plata no alcance y está hastiado de pagar y pagar impuestos para que algunos pocos corten la calle.
Efectivamente, los que cortan la calle son pocos. En la Argentina perciben el Potenciar Trabajo que paga el Gobierno nacional 1,2 millones de personas, no llegan siquiera el 7 por ciento de los pobres que albergamos en el país. Suponiendo que todo ese colectivo de beneficiarios que lo único que hace es extorsionar con un piquete para cobrar más planes es el que hoy está en la calle, son los menos. El resto, también pobre, sigue laburando de sol a sol, intentando surfear una vez más esta marea de miseria que cada vez nos arrastra más.
Grieta profunda
Pero el problema es que el corte de calle enerva, divide, agiganta la grieta. Etiqueta al pobre con el rótulo de vago, planero, piquetero, comegratis, choripanero. ¿Los hay? Seguro. Son los menos, los números lo indican. Muy visibles y dañinos: las imágenes dan fe.
El gran drama de hoy es que lo único que estamos mirando es el corte de nuestra Chacabuco o la porteña 9 de julio, entre una justicia inepta, una Policía desbordada y un poder político local tibio que le escapa a cualquier medida de fondo.
En lugar de pensar en los 16 millones de pobres que sí están laburando y que así y todo no logran parar la olla, alimentamos esas miradas de odio inconducentes que nos seguirán condenando al pobrismo eterno. El objetivo, el de los números, y el colectivo, ése que nos define como ciudadanos partícipes de una comunidad que se evapora si nos enfrentamos todos contra todos.