La dramática escena de los policías aferrados más de media cuadra al capot de un auto que avanza en plena avenida Rafael Núñez desencadena debates en diferentes direcciones. Uno central, pendiente no sólo en Córdoba sino en toda la Argentina, tiene que ver con las facultades de los uniformados y la aceptación de su autoridad entre los ciudadanos.
El conductor Lautaro Ordóñez (por lo que conocimos esta tarde, un infractor serial) y su acompañante, Abril, actuaron, en varios sentidos, como enajenados. A diferencia de “Coral”, la chica que primero propone obedecer la orden policial y después, cuando avanzan arrollando a dos uniformados, pide bajar del auto.
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En el video que grabaron desde el interior del vehículo, el joven al volante y la chica que va a su lado muestran que no comprenden del todo que, buscando incorporarse a la cola para ingresar a la hamburguesería, traban la circulación en una importante avenida; que al avanzar con personas aferradas al capot las ponen en serio riesgo; y que están convencidos de que su manera de proceder es la correcta, que creen que las órdenes policiales no son de acatamiento obligatorio.
Es posible que esta última idea, la de que la Policía no tiene el poder de indicar nada, esté moldeada por tantas situaciones habituales en las que las fuerzas de seguridad lucen como parte de un decorado. Sin ir más lejos, en los cotidianos cortes de calle, donde los uniformados hace décadas parecen acomodadores de quienes buscan manifestar su disconformidad con alguna circunstancia que les ha tocado en suerte.
El caso del crimen de Blas Correas, con el que este episodio tiene en común puntos como la evasión de un control y la negativa de un conductor a obedecer una orden de detención, también puede haber influido en la aversión que estos jóvenes expresan hacia los policías.