Como hago desde hace casi 50 años, la noche del cinco de enero dejé mis zapatos en la galería de casa junto a un esmerado ramillete de gramilla y algunas hierbas aromáticas, y una olla algo vieja y abollada pero incapaz de perder agua por ningún lado.
Es un ritual que decidí seguir desde aquella discusión tremenda con amiguitos del barrio que me porfiaban que los reyes magos eran los padres.
Un solo detalle ha cambiado en el rito desde hace ya un par de décadas. Ya no intento mantener los ojos abiertos a la espera de los reyes y sus camellos. Los cierro, porque he comprobado que así se ven mejor.
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Ayer amenazaba con llover de madrugada y la amenaza volvía profundo ese miedo infantil a perderme el momento sublime de la llegada de mi regalo en ese transporte tan mágico. Apreté los ojos aún más, para que no se me escapara nada y pude ver a los camellos que trepaban la escalera empinada que desemboca en la galería de casa.
Los perros los miraban sin ladrar, quietos, guardando la misma vigilia que yo. Los vimos masticar con sigilo y pasar dos o tres veces sus lenguas enormes y pegajosas por el agua fresca. Recién después que se fueron, subió un rey mago, uno solo. Lo vi borroso, como desde hace unos años. Las imágenes no son tan nítidas como antes y no alcancé a distinguir el rey ni qué clase de paquete puso sobre los zapatos.
Admito que no me consuela saber que hay quienes ya no ven reyes ni camellos. No ven nada. Ni con los ojos abiertos ni con los ojos cerrados. Me preocupa mi visión cada vez más opaca, conforme pasan los años. Como si los rencores, los resentimientos que uno va acumulando en la vida le impidieran, incluso, soñar con nitidez.
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¿Cuándo ocurre esto? ¿Cuándo empiezan a perseguirnos los fantasmas y empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos, creyendo que así nos cubrimos las espaldas? ¿Cuándo abandonamos la idea de reyes y camellos y niños dioses y papás noeles, y la reemplazamos por una versión avinagrada de la lógica, la verdad, los hechos, la vida real? ¿Cuándo empezamos a desacreditar los sueños, las fantasías, como si fueran objetos extraños que nos impiden saber del mundo?
Yo vi a los reyes, vi a los camellos y ahora, aun borrosos, los sigo viendo, y tengo la seguridad de que construyen mi mundo tanto como una ola en el mar o un árbol en la montaña.