En nuestro país el futbol es religión, cuestión de estado. Una palabra mayor que iguala a todos y despierta pasiones inexplicables. Vivimos, comemos y respiramos fútbol. Pero que millones de personas discutan lo que sucedió en la segunda división del fútbol inglés es obra y arte de un solo genio: Marcelo Bielsa.
Como sucede con todo en Argentina, Marcelo Bielsa tampoco se salva de la grieta. No hay término medio cuando del “Loco” se habla. Muchos lo odian y muchos lo idolatran. Sus defensores y detractores no se soportan y es imposible que una discusión termine en buenos términos.
Jugamos y entendemos el fútbol tal como vivimos. Crecimos creyendo que lo único que importa es ganar. A toda costa. Nos enseñaron que dentro de una cancha hay que hacer trampa hasta más no poder, o al menos hasta que el árbitro se avive. Es por esto que el gesto de Bielsa nos sorprende y nos expone como sociedad.
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Obligar a sus jugadores a que se dejen hacer un gol no fue una decisión histórica, solo fue un acto de justicia. Simplemente hizo lo que corresponde. No comprenderlo y criticarlo habla más de nosotros como argentinos que de él como entrenador. El mundo entero lo elogia, sin embargo acá lo criticamos.
El gesto de Bielsa debe ser entendido en el contexto de la liga inglesa. Juzgarlo en el subdesarrollo de nuestro futbol es un error. Lo que hizo fue simplemente transmitir valores. Nosotros todavía no estamos preparados para esto.
Si alguien hiciera algo similar en Argentina, no podría caminar por la calle. En un futbol más civilizado como el europeo la deslealtad tiene una condena social. Acá, todo lo contrario. La trampa alienta y muchas veces se festeja. Por eso un acto de justicia genera tanta sorpresa.
Marcelo Bielsa fue un jugador del montón y como técnico no ganó casi nada. Sin embargo, hizo historia y deja un legado en cada lugar donde dirige. Para eso, amigos, no hace falta ganar títulos.