El Strip Póker es la versión de ese juego de cartas en la que, en cada mano que se pierde, el jugador entrega una prenda de la ropa que viste, por lo tanto, el riesgo es terminar desnudo.
El esquema de poder que armó Cristina Kirchner para ganar la elección presidencial del 2019 pronto se convirtió en una versión política del Strip Póker. Alberto Fernández fue perdiendo todas las manos. En cada derrota perdió una prenda.
Acaba de perder el último harapo que le quedaba como vestimenta y ahora Argentina está frente a la bochornosa escena de un presidente desnudo sobre el escenario del poder.
El ingreso al gobierno de Sergio Massa tiene el aspecto de quien asume la conducción apartando bruscamente del volante un conductor ebrio. Y ese conductor despojado del volante, no tiene más alternativa que hacerse a un lado, humillado.
A la conducción del gobierno Alberto Fernández la perdió hace tiempo. Empezó a perderla cuando, cumpliendo la orden kirchnerista de sacar dos puntos de coparticipación a la CABA para dárselo al gobierno de Axel Kicillof, renunció al escenario que lo beneficiaba y en el que compartía protagonismo con Horacio Rodríguez Larreta: el de piloto de la tormenta que implicaba la pandemia de Covid.
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Lo que vino a renglón seguido fue una larga sucesión de renuncias bochornosas, que lo iban dejando desnudo de autoridad.
Había intentado retener la conducción de la economía, pero la renuncia de Martín Guzmán dejó a la vista que tampoco eso podía manejar, aunque se aferraba a la porción de volante que la vicepresidenta forcejeaba para quitarle.
Guzmán renunció porque a esa mano del Strip Póker también la había perdido el presidente, aunque se empeñara en simular lo contrario para que la sociedad no lo percibiera totalmente desnudo. La realidad es que, a esa altura, ya estaba completamente despojado de las prendas del poder.
Aún así, intentó una mano más para “salvar la ropa”. Cuando Sergio Massa le propuso hacerse cargo de la economía asumiendo como jefe de Gabinete, Alberto Fernández dijo “no”. Como esos generales que pierden la cordura en plena guerra y terminan moviendo sobre los mapas divisiones de blindados y escuadras de infantería que ya fueron diezmados en los campos de batalla, el presidente movía fichas sobre un tablero en el que ya no controlaba absolutamente nada.
Después de que Alberto rechazara la jefatura de Gabinete que más se habría parecido al cargo de primer ministro, Massa se retiró a mirar de afuera como la realidad, a través de un grupo de gobernadores, se encargaba de explicarle al presidente que está totalmente desnudo y que las fichas que mueve en el tablero son de aire.
Habiendo aceptado su desnudez, Alberto le entregó al Sergio Massa los súper-poderes que reclamaba: la suma de los ministerios de Economía, Agricultura y Producción.
Gracias a que ya no hay lugar para reemplazos en el cargo presidencial, Alberto Fernández seguirá ocupando el despacho principal de la Casa Rosada y habitando la Quinta de Olivos. También presidirá actos oficiales, pronunciará discursos y los miembros del Gabinete, incluido Massa, hablarán como si el presidente siguiera efectivamente al mando.
Incluso tendrá la posibilidad de recobrar los comandos del gobierno, si la situación tomara algún giro inesperado, cosa que en la política argentina es más la regla que la excepción. Pero de momento, Alberto Fernández quedó sentado en el asiento del acompañante del hombre que está al volante: Sergio Massa.
La pregunta es por cuánto tiempo logrará el superministro económico conservar el protagonismo. Los argentinos ya han visto varios aspirantes a soles que terminaron siendo estrellas fugaces.
Supuestamente, Juan Manzur era la estrella política que le daría al gobierno la cohesión y la eficacia que jamás tuvo con Santiago Cafiero en la jefatura de Gabinete. Pero la expectativa positiva que generó el tucumano fue tan efímera como su protagonismo en el gobierno. Daniel Scioli fue la otra “estrella” que se consumió como una cañita voladora a pocos días de lanzarse.
¿Devorará también al hoy refulgente Massa ese agujero negro que es el gobierno nacional? ¿Tiene un plan para revertir el desastre económico? ¿La vicepresidenta acepta ese plan? Algunas de las preguntas inquietantes que ensombrecen el ascenso del nuevo astro, en el firmamento donde todas son estrellas fugaces.