Hoy, Leo, cuando llegues a casa, tarde, cansado y feliz, pasá por una librería de esas lindas que todavía quedan en Barcelona y comprate el Libro de la selva.
Esta noche, antes de dormir, sentante al pie de la cama de Thiago y Mateo y leeles esa historia del chico que es demasiado pequeño para ser lobo y demasiado lobo para ser humano y demasiado humano para ser mono, y entonces pasa sus días luchando contra el gran tigre al que debe vencer pero a la vez peleando contra los suyos, que lo celan y envidian, y busca como una fiera el lugar al que pertenece. Tal es el alboroto que genera a su alrededor que corre el riesgo de perder la idea de lo propio y de lo ajeno.
Y cuando Thiago, que ya es grandecito para preguntar, quiera saber por qué el chico igual termina bailando, contento, sobre la piel del tigre al que al fin ha derrotado, deciles que aunque pase su vida yendo de un lado a otro, su lugar siempre ha sido la selva, y nunca dejará de serlo. Después envolvé a tus hijos con las camisetas más lindas que tengas del Barsa y de la selección y dales el abrazo más fuerte de tu vida.
Luego de llorar, o de reír mucho, deciles que el autor del Libro de la selva es un inglés que nació en la India, y que hace cien años le escribió a su hijo: “Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor, han perdido la suya y te culpan de ello… Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti, pero también dejas lugar a sus dudas… si, siendo odiado no te domina el odio, y aun así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio… Si puedes conocer al triunfo y la derrota, y tratar de la misma manera a esos dos impostores… Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones, para seguir adelante mucho después de haberlos perdido… Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más: serás un hombre, hijo mío”.