Como señal inequívoca de la decadencia política en el mundo entero, el fenómeno de este tiempo es el protagonismo que han cobrado los ejércitos mercenarios y las organizaciones paramilitares, que también constituyen formas de mercenarismo.
Por cierto, siempre han existido los que combaten por dinero. Desde la antigüedad hasta el siglo 20 y principios del 21, las guerras han contado con fuerzas mercenarias. Lo novedoso es que ahora se exhiben públicamente y compiten, a la vista del mundo entero, por porciones de poder.
El primer caso de este vedetismo aberrante es el Grupo Wagner, cuyo CEO, el empresario ruso Yevgueny Progozhin, tiene más presencia en los medios de Rusia y del mundo que los generales del ejército oficial del gigante euroasiático.
Empezó criticando públicamente las estrategias de los generales rusos, luego acusó al Ministerio de Defensa y al generalato de obstruir el avance de sus combatientes al dejarlos desprovistos de municiones y ahora le está diciendo de manera pública al presidente Vladimir Putin que ponga fin a la guerra porque el Grupo Wagner y el ejército ruso ya no podrán lograr avances en el territorio ucraniano y debe conformarse con la porción que ocupan y concentrarse en no perderla.
Resulta insólito que el empresario gastronómico que pasó de proveer las viandas del Kremlin (por eso lo llaman “el cocinero de Putin”) haya pasado al rol de rostro y voz de la invasión rusa a Ucrania, donde atribuye a su empresa de mercenarios, el Grupo Wagner, los mayores logros en los campos de batalla.
Pero no es el único caso de visibilidad de fuerzas cuya sola existencia resulta una aberración. El mundo está viendo en Sudán una versión africana del Grupo Wagner.
Mientras el empresario del paramilitarismo Yevgueny Prigozhin ocupa el centro del escenario bélico en Ucrania y pulsa con los generales rusos por la conducción del conflicto, la poderosa milicia Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) se lanza a combatir contra las Fuerzas Armadas de Sudán. La capital, Jartum, es el principal escenario de esta guerra entre militares y paramilitares, que desde la caída del dictador Omar al Bashir estaban asociadas en el régimen que gobierna Sudán. La organización paramilitar FAR procura quedarse con la totalidad del poder que hasta ahora compartía con los militares del país africano.
Mohamed Hamad Dagalo (popularmente conocido como Hemedti) es “el Prigozhin” sudanés. Su fuerza paramilitar es el equivalente africano del Grupo Wagner. Pero mientras el empresario ruso mantiene su disputa con el generalato de su país en términos puramente verbales, Dagalo inició el sábado una guerra abierta atacando los cuarteles, el aeropuerto y la sede gubernamental en Jartum.
Esta fuerza paramilitar se originó en las sanguinarias milicias beduinas con las que el dictador Omar al Bashir combatió a los rebeldes de Darfur, la región del suroeste sudanés donde la población de etnias bantúes fue diezmada por esos milicianos árabes autodenominados Janjawees.
Como pago por la limpieza étnica, el Al Bashir concedió a su jefe el control de zonas de explotación minera (oro) y la conversión de las milicias que masacraron, quemaron aldeas y violaron mujeres y niñas en Darfur, en un brazo no institucionalizado del ejército pero muy próximo a ello, las poderosas Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR).
+ MIRÁ MÁS: Macron se impone en la batalla por las jubilaciones
Las masivas protestas del 2019 provocaron ese año la caída del dictador. Se conformó un gobierno cívico-militar pero la parte civil no tardó en reclamar la disolución de la FAR.
Se produjo entonces un golpe interno que expulsó a la parte civil del gobierno. A la cabeza de ese poder compartido por los militares y el grupo paramilitar está el general Abdelfattah al-Burhan. Pero algunas señales de que este presidente de facto se disponía a traicionar a la FAR sacándola del régimen, hizo que Dagalo lanzara a los paramilitares contra las Fuerzas Armadas para quedarse con todo el poder.
Mohamed Hemed Dagalo, campesino beduino que criaba y vendía camellos en Darfur hasta que formó su ejército privado para amasar fortunas masacrando a las tribus no árabes de esa región del oeste sudanés, intenta ahora convertirse en el jefe de Estado del inmenso país africano. Para eso se lanzó a combatir contra los militares. Y si prosperaran las iniciativas negociadoras impulsadas por países vecinos deteniendo los combates, las FAR volverían a ser parte del poder imperante en Sudán.
Las Fuerzas Armadas no son muy poderosas. Por eso necesitaron financiar paramilitarismo para aplastar a los rebeldes de Darfur y no pudieron evitar la secesión del sur. De todos modos, tienen una abrumadora superioridad en materia de aviación. Las FAR no tienen poder aéreo pero heredaron de los janjaweed su movilidad veloz en tierra, razón por la cual la dictadura de Al Bashir las necesitó para combatir a las rebeliones bantúes en Darfur.
El Grupo Wagner se hizo fuerte combatiendo en Siria, contratada por Vladimir Putin para apoyar (sobre todo con métodos de guerra sucia) al ejército ruso que acudió a defender el régimen de Bashir al Assad.
A renglón seguido tomó contratos para combatir en países del Magreb y finalmente entró en la guerra de Ucrania, donde asumió roles protagónicos desde los cuales entró en tensión con el generalato ruso.
Siguiendo los pasos de la empresa de mercenarios rusos, el ejército privado (ergo, mercenario) que comanda Dagalo alias Hemedti tomó contratos para combatir en Libia y para apoyar a las fuerzas sauditas en el conflicto de Yemen. Como nació de milicianos campesinos, la FAR es ágil para combatir en llanuras desérticas.
En la guerra que ha iniciado contra el ejército por el control total del poder en Sudán, el general Al-Burhan apuesta a aplastar a la fuerza paramilitar con bombardeos aéreos. Pero no lo logró de inmediato.