Señor presidente.
Sé que no es fácil estar en sus pantalones. Comprendo y acuerdo que en esta situación es más fácil escribir una crítica que tomar decisiones. Especialmente si cualquiera de ellas nos lleva a un callejón sin mucha salida.
Sé también que el rol de los que hablamos y escribimos es plantear los problemas. Explorar las dudas.
Se sabe poco acerca del coronavirus. Ni la cantidad de contagiados, ni el porcentaje de asintomáticos, ni la tasa de mortalidad, ni la velocidad real de contagio, ni su comportamiento geográfico, ni temporal, ni étnico, ni genético. Ni siquiera se sabe cómo empezó todo. Si el murciélago, si el pangolín, si un laboratorista contagiado.
Entiendo, señor presidente, que con tanto nivel de incertidumbre resulte obvio que no pueda asegurarse cuál solución es la correcta. Nadie lo sabe en el mundo. Ni en Corea, ni en Alemania ni en Suecia.
Por eso, criticarlo a usted por el momento en que decretó la cuarentena, o su extensión interminable, o el tardío cierre de fronteras, o la demora en los testeos masivos, suena a acertar los números de la quiniela con el diario del día siguiente.
Criticarlo a usted por el momento en que decretó la cuarentena, o su extensión interminable, o el tardío cierre de fronteras, o la demora en los testeos masivos, suena a acertar los números de la quiniela con el diario del día siguiente.
Es cuestión de lógica entonces, que uno de sus infectólogos asesores reproche a sus críticos con frases del tipo “elegimos la opción menos riesgosa”. El tema es que si no pueden determinarse los resultados, especialmente los de largo plazo, nadie puede decir, sin temor a equivocarse, cuál es o era la opción menos riesgosa.
Supongamos, señor presidente, que usted y muchos de sus partidarios tienen razón. Que en el contexto de pandemia es banal hablar de libertad. No es lo que yo pienso. Creo que en la historia del ser humano, la libertad estuvo siempre en la escala de valores por encima de los demás. Decenas de millones de personas han dado su vida y su salud en nombre de la libertad. Pero aceptemos que, momentáneamente, cedamos nuestros elementales derechos a trabajar, a circular, a comerciar, a comunicarnos con otros seres humanos, a cambio de no perder la vida. Aunque el riesgo de que esto pase sea, según los datos de hoy, del 0,005%.
Supongamos también, doctor Fernández, que usted tiene razón y que la angustia del encierro no es un caso importante. Que la única angustia válida, como usted dijo, sea el miedo a contagiarse o que te abandone el estado. Aunque acabe de morir una mujer de cáncer sin despedirse de su esposo, aunque acabe de entrar en coma un abuelo cardíaco al que le habían prometido que cuando pasara la cuarentena iba a ver a sus nietos. Aunque mi propia madre, señor presidente, sana y valiente como es, me haya dicho que tiene miedo de morirse sola. Supongamos que esas angustias no cuentan. Que son menores.
También supongamos que es un tema menor el deterioro de la salud producto de que en cuarentena no se atienden como corresponde otros casos que no sean COVID-19. Que los 9 mil muertos extras por falta de atención de enfermos cardíacos, por ejemplo, no son atribuibles al encierro. Aceptemos como dicen sus funcionarios que la culpa es de los mismos pacientes que no van a los hospitales o clínicas. Aunque esté comprobado que cientos y cientos intentan sin éxito una consulta o una práctica de control o un turno para un análisis.
Demos por cierto, entonces, que los muertos por coronavirus no pueden compararse con la libertad, ni la angustia, ni el cierre de comercios y empresas, ni el descuido de la salud en otros campos.
Sólo comparemos, señor presidente, muertos con muertos. Ya lo dijo usted: “Prefiero que los obreros no vayan a trabajar porque cerró la fábrica y no porque murieron contagiados”. También dijo que “es preferible que haya más pobres y no más muertos”.
¿Sabía usted, por ejemplo, por qué la tasa de mortalidad del coronavirus en el África es la más baja del planeta? Porque no hay gente vieja, señor presidente. Porque ya se han muerto de pobres.
Ese es su error, doctor Fernández. Disculpe que lo diga de este modo.
La Organización Internacional del Trabajo dice que si el aislamiento terminara hoy, el mundo tendría alrededor de 100 millones de nuevos desocupados. Y nadie duda que la desocupación genera pobreza. El titular del Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha estimado en 130 millones de nuevos pobres extremos el resultado de la falta de trabajo y asistencia debido a las cuarentenas planetarias. La pobreza extrema, señor presidente, según la propia Organización Mundial de la Salud, causa entre un 5 y un 7% de muertes evitables. Saque usted la cuenta, por favor. Muertos con muertos.
La pobreza es la epidemia que más muerte ha causado en la historia. Cualquier infectólogo o epidemiólogo debería saberlo. No es una cuestión de macroeconomía. De dólares o fondos de inversión. En Europa la gente muere a los 80 años. En el África no llegan a 60. Mueren 20 años antes porque son pobres, señor presidente. Y lo serán aún más después de la cuarentena. Porque perdieron su trabajo, o no tienen qué vender, o no pueden hacerlo porque las rutas están bloqueadas. Porque por la misma razón no les llegan alimentos ni medicinas ni vacunas. ¿Sabía usted, por ejemplo, por qué la tasa de mortalidad del coronavirus en el África es la más baja del planeta? Porque no hay gente vieja, señor presidente. Porque ya se han muerto de pobres. Porque los mayores de 65 años apenas superan el 1%. En Suecia son el 20.
Unicef dice que más de un millón niños podrían morir en los próximos seis meses debido a la interrupción de los servicios de salud y suministros de alimentos causados por el combate al coronavirus. Y dice también que en Argentina habrá 300 mil nuevos chicos indigentes. Son miles de muertes seguras en el futuro.
Muertos con muertos, señor presidente. Como usted propuso.
Es cierto que es más fácil escribir un twitt que determinar los días de aislamiento. También que ninguno de los anticuarentenistas se haría cargo de la saturación de hospitales o las muertes por covid. Pero no menos cierto es que la crisis sanitaria que en el mundo desatará la pobreza extrema fruto del encierro internacional tampoco tendrá padres. Ningún funcionario de la OMS saldrá a apadrinar esas muertes.
Vuelvo a pedirle disculpas. Pero mi deber es plantear cuestiones. Entiendo que resolverlas es una tarea muy difícil. No voy a juzgarlo por ello.
Atentamente.
Jorge Cuadrado
Conductor de noticias.