Podía hacer o decir casi cualquier cosa con tal de acceder al poder o conservarlo. Tenía en una proporción extrema esa cualidad que nombramos con el diplomático término de "pragmatismo".
En la campaña que lo llevó a la presidencia, en medio del incendio hiperinflacionario del arranque de 1989, proponía en tono mesiánico: "¡Síganme, no los voy a defraudar!". Sus promesas-eslóganes en aquella carrera electoral en la que venció con comodidad al por entonces gobernador de Córdoba, Eduardo César Angeloz, fueron el Salariazo y la Revolución Productiva. ¿Qué políticas aplicaría en busca de esas metas? Nunca dio detalles. Sus votantes tampoco se los pidieron.
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Hay infinidad de ejemplos. En esa misma campaña prometió "recuperar las Malvinas a sangre y fuego". Por suerte, una vez en el gobierno aplicó la mucho más civilizada política de seducción de los isleños, lamentablemente abandonada más tarde.
Carlos Saúl Menem, el ex presidente que murió este domingo a los 90 años, desplegó como pocos la capacidad de salir airoso de las más enredadas contradicciones. Y, sobre todo, simboliza la década final del siglo XX, que lo tuvo como presidente y actor excluyente de la política argentina de principio a fin.
Menem lo hizo
El caudillo riojano formado en Córdoba en los años 50 sorprende al país en 1988 al imponerse en la interna a la pesada maquinaria partidaria que encabezaban Antonio Cafiero y José Manuel de la Sota y logra la candidatura presidencial del PJ.
Tras asumir anticipadamente en julio de 1989, entiende que el país debía avanzar en una serie de reformas tendientes a achicar al Estado y a darle más dinamismo al sector privado. Suma el apoyo de la cordobesa Fundación Mediterránea y bajo la dirección de Domingo Cavallo, un equipo de técnicos surgidos en Córdoba instaura la paridad con el dólar, la célebre Convertibilidad. Con éxitos en el terreno económico, y gracias a la reforma constitucional que diseñó junto a su antecesor Raúl Alfonsín en el Pacto de Olivos, logra su cómoda reelección en 1995. La mitad del electorado argentino avala al carismático y cholulo líder que parece llevar a la Argentina por el camino del desarrollo. Los escándalos de corrupción abren una grieta con parte de la otra mitad de los votantes. Entre los adherentes de Menem está un enigmático matrimonio patagónico que replica las políticas menemistas desde el gobierno de Santa Cruz. También integra su funcionariado el joven abogado Alberto Fernández, que defiende con argumentos convincentes las "políticas de ajuste" de aquella época.
En su segundo mandato, Menem se obsesiona con mantenerse en el poder. Busca por la vía judicial que se le habilite un tercer período con la ilógica interpretación angelocista de que un primer mandato ejercido con una Constitución vieja no cuenta. En esa operación cuenta ahora con el apoyo decisivo del líder del Justicialismo cordobés, José Manuel de la Sota, que hace la presentación re-reeleccionista. A cambio, Menem devuelve un apoyo generoso en la campaña provincial de fines de 1998 que instala a la coalición Unión por Córdoba en el gobierno local. Su tardía influencia a nivel local se intensifica con el triunfo de Germán Kammerath en la intendencia de Córdoba capital.
Ya fuera de la Casa Rosada, Menem se ve acorralado por el avance de numerosas investigaciones de irregularidades de distinto tipo. El gigantesco déficit fiscal que deja en el final de su presidencia, sumado al corsé de la convertibilidad que buena parte de la sociedad abrazó con pasión, los cambios en algunas variables internacionales clave y las incapacidades propias de la Alianza entre radicales y frepasistas se combinan y la Argentina vive otra de sus recurrentes mega crisis a finales de 2001. Una interpretación posible es que ese es el verdadero fin del menemismo.
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En 2003, se postula nuevamente y en una elección muy dispersa saca el 24% y queda como el candidato más votado en la primera vuelta. Una vez que entiende que en el balotaje se impondría el rechazo a su figura, se baja de la carrera electoral, sin molestarse en dar una explicación convincente.
En los años siguientes, los Kirchner fraguarían su imperio político nacional con un relato que repudiaba las políticas aplicadas durante las presidencias de Menem. Su reaparición en el Senado parece más una búsqueda de fueros que lo preserven de sanciones judiciales que un intento serio por intervenir en el debate político.
Con ese blindaje, transita los últimos años de su vida, cumpliendo un rol secundario como socio estratégico del kirchnerismo.
Su muerte llega días antes del inicio del esperado juicio por la voladura de Rio Tercero, en el que le tocaba interpretar el papel de acusado. Abundan las pruebas que lo señalan como autor de una maniobra tendiente a borrar pruebas de la ilegal venta de armas a Croacia y Ecuador.
Ciertos procesos judiciales lentísimos y/o inconclusos son uno de los rasgos distintivos de la democracia argentina, de la que Menem fue uno de sus protagonistas principales.