La historia ya lo ubica como uno de los gobernantes que más tiempo permaneció en el poder en la Argentina y como uno de los que se va sin pagar las cuentas.
Carlos Menem murió con condenas judiciales sin cumplir y procesos pendiente, tal vez el más dramático el de la explosión de Río Tercero, cuyo juicio debía iniciarse en los próximos días, a más de 25 años de haber sucedido los hechos.
Podríamos tomar ese hecho como una síntesis del ejercicio del poder sin límites. Todos los indicios sostienen que el entonces presidente Menem ordenó volar la Fábrica para hacer desaparecer pruebas de un grave hecho de corrupción como la venta ilegal de armas a países en conflicto, en los cuales Argentina era garante de los tratados de paz.
Que pudiese haber estallado por los aires toda una ciudad importaba menos que generar impunidad.
La Argentina vive hace tiempo conviviendo con esas desmedidas ambiciones de poder. Nunca pasan a ser escenas del pasado.
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Menem representó la exaltación al máximo del pragmatismo en la política y la representación de la infinita plasticidad ideológica de su partido, el peronismo.
Se fue acomodando en cada contexto histórico al discurso que convenía, desde sus tempranos años de militancia universitaria en Córdoba hasta sus últimos días como senador con acuerdos tácitos con el kirchnerismo.
En el medio, coqueteó con las agrupaciones armadas de los ‘70, pactó con el radical Raúl Alfonsín (mucho antes del famoso Pacto de Olivos), llegó al poder con discurso populista y le imprimió un sesgo marcadamente de la derecha neoliberal que gobernaba en la región allá por los ‘90 del siglo pasado.
Sus 10 años en el poder lo convierten en el argentino que más tiempo fue presidente en el siglo 20 y el segundo en la historia después de Julio Argentino Roca.
Contradicciones
Su gestión pasó por diversos estadíos y valoraciones cruzadas. Reforma del Estado y modernización de la economía argentina fueron las más valoradas. Inequidad social y corrupción generalizada, los puntos más cuestionados.
En el medio, un personaje hábil, seductor, excéntrico, que reflejaba muchas cosas del aspiracional de unos cuantos argentinos y que llevó esas facetas de su personalidad a la política cultural imperante en aquellos años.
Cosechó tantos votos como repudios, como más de un líder político actual y de la historia argentina.
Es que Menem reflejaba y sintetizaba algo de la idiosincrasia nacional, con sus contradicciones a flor de piel.
Sin miedo a los escándalos y a la exhibición, la ambición de poder y de impunidad signaron su vida política, esa actividad que la única cosa que logra la jubilación es la muerte.
Una muerte que abre el camino a las valoraciones pero deja como enorme deuda el no haber sido juzgado y cumplido sus condenas.