En Corrientes al 6.200 del barrio porteño de Caballito se saboreaba fiesta desde temprano. Un gigantesco escenario con una pantalla LED al medio en las afueras del Centro Cultural C sede del comando del Frente de Todos, tenía una razón de ser. Era sólo cuestión de tiempo y de números, pero la suerte estaba echada.
Hasta la figurita más valiosa en el álbum de la victoria (léase Alberto Fernández) se anticipó en su ingreso al predio y aguardó allí hasta que se dignaran a mostrar los cómputos oficiales.
El buen ánimo y la euforia ganadora no decayeron nunca. Solo necesitaban certeza y alguna muestra del otro lado para justificar la algarabía, mientras mandaban a la gente a dormir tranquilos, total acá no ha pasado nada.
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Todos en el frente exigían información, ya que al amparo de sus propios datos querían empezar a sacudir la modorra al ritmo de Rodrigo, Ulises y Paulo Londra. Todos cordobeses, justamente oriundos de la isla amarilla. Qué paradoja, ¿no?
Recién cerca de la medianoche por un costado de la pista y al estilo de un púgil que ganó antes de subir al cuadrilátero, lo llevaban a Súper Alberto. Es que ahora el Beto sabe que la pelota está en cancha del Gato.
Y aunque dice la leyenda que tiene siete vidas, salvo un milagro o que un meteorito reviva dinosaurios, el segundo tiempo de este partido para el 27 de octubre parece definitivo y el último de la serie. Sin alargue ni penales.