El resultado de la elección presidencial en Brasil muestra reveladoras paradojas. Resulta paradójico que las mismas cifras que exhiben una polarización total entre dos candidatos, al mismo tiempo dejen a ambos obligados a moderarse y mostrarse centristas para poder imponerse en la segunda vuelta.
Por cierto, es más lógico que paradójico, porque en la cantera de votos que deben disputarse para alcanzar la presidencia, la mayor parte no quiere votar al PT pero también se resiste a entregar su sufragio a un candidato que representa el extremo del conservadurismo y la política de la exacerbación y la amenaza a la institucionalidad democrática.
La otra aparente paradoja es que las encuestas acertaron y erraron al mismo tiempo. El caudal de votantes alcanzado por Jair Bolsonaro es abrumadoramente superior a lo que le asignaba el promedio de las encuestas. Sin embargo, Lula da Silva obtuvo casi exactamente el porcentaje que señalaba el promedio de los sondeos.
¿Qué revela ese acierto con Lula y error con Bolsonaro? Que hubo una porción significativa de encuestados que a los encuestadores le ocultaron o mintieron el candidato que realmente pensaban votar. Y ese voto negado por “culposo” o vergonzante es el que dio a Bolsonaro casi diez puntos más que lo vaticinado por el promedio de las encuestas.
Ambas paradojas obligan a los candidatos que pasaron a la segunda vuelta a moderar sus discursos, lo cual generará una nueva situación paradojal: los candidatos que expresan la polarización total, para quedarse con la victoria final deben conquistar al electorado centrista que no votó por ninguno de ellos en la primera vuelta.
El más obligado a desideologizar no sólo las formas sino también sus contenidos, es Bolsonaro. Los conservadores que no lo votaron en la primera ronda, rechazan la violencia gestual y verbal que caracteriza al presidente. También el extremismo de sus posiciones políticas y las pulsiones golpistas y antidemocráticas que lo llevaron en reiteradas oportunidades a exhortar a los militares a intervenir contra el Poder Judicial, contra el Poder Legislativo y, en los últimos meses, contra las autoridades electorales.
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Bolsonaro tendrá también que darse cuenta de que, si alcanzó el 43 por ciento, no fue sólo porque la inseguridad hace que hasta en la clase baja (o sobre todo en los sectores más vulnerables de la sociedad) haya niveles de miedo y estrés que hacen cotizar alto las políticas de mano dura. También fueron las medidas económicas aplicadas por Paulo Guedes que están a contramano de la ortodoxia económica que predica el ministro de Hacienda.
Los subsidios a gran escala que se otorgaron durante y después de la pandemia, medidas proteccionistas para ciertos rubros industriales y empresariales, además de las reducciones impositivas cuestionadas por economistas liberales como insostenibles y de efectos contraproducentes, pero que redujeron precios en productos de consumo cotidiano, explican buena parte del sorpresivo resultado que, aunque desde el segundo puesto, deja a Bolsonaro con chances de dar vuelta el resultado en el ballotage.
Paulo Guedes, que creció dentro de la Escuela de Chicago y también adhirió a la Escuela Austriaca, aportó muchos votos pero, paradójicamente, con medidas más cercanas a la heterodoxia.
También el candidato del PT está obligado a buscar el centro. Con excepciones como Simone Tebet, Lula ya tenía el apoyo de la dirigencia centrista y centroderechista. Pero esas dirigencias no lograron que buena parte de sus bases votaran al candidato que les señalaban como la opción más moderada y menos peligrosa para la democracia.
Por eso el ex presidente tendrá que mostrar no sólo una coalición que incluya a la centroderecha y que gobierne con pragmatismo en lugar de gobernar con ideologismos de izquierda, también tendrá que reflejar esa moderación en sus discursos y pronunciamientos, además de ampliar la coalición incluyendo al menos algunos partidos de los conservadores evangélicos.
Posiblemente, lo obligue también a desistir de esa doble cara con la que jugó cuando estaba en la presidencia: hacia adentro era pragmático y apoyaba a los empresarios, mientras en el escenario regional posaba de izquierdista y practicaba un amiguismo irresponsable con líderes populistas radicalizados.
Jair Bolsonaro tendrá que posar de persona equilibrada y respetuosa de los adversarios y también de las instituciones y las reglas de la democracia, mientras que a Lula ya no le alcanza con ser pragmático y moderado: ahora también debe parecerlo.
La carrera ya comenzó. La matemática electoral sugiere que en la segunda vuelta ganará Lula, porque quedó a menos de dos puntos del 50% en la primera votación. Pero a la sorpresa la dio Bolsonaro, y eso le inyecta una dosis de competitividad.