Javier Milei ya había ganado antes de ganar la elección que lo consagró presidente de la Nación. No tenía que ver con los votos que lo instalaron como el más votado en las primarias ni los que obtuvo para ir a la segunda vuelta electoral contra el oficialista Sergio Massa.
El triunfo de Milei había sido dialéctico, cultural, discursivo. El famoso concepto de la batalla cultural en la que se había impuesto a principio de siglo el kirchnerismo, incorporando o reincorporando una serie de conceptos a la agenda pública, que fueron la base de lo que se llamó el relato.
Milei instaló en muy poco tiempo conceptos que estaban difusos, sin organicidad, dispersos en la discusión ciudadana. La idea de la casta como una concepción que supera a la política y se extiende a empresarios, sindicalistas, medios y otros actores del poder. La casta como grupo de privilegio que siempre resuelve antes sus problemas que los de la sociedad y que ante esa alteración del orden de prioridades va deteriorando las condiciones de vida de buena parte de la población.
Por eso, no podía ser la casta la que llevara adelante algo sobre lo que parecía ser un acuerdo político extendido en Argentina y estaba referido a la necesidad de los equilibrios fiscales, de que el Estado no gaste más de lo que recauda.
De ahí que Milei instaló esa imagen de recorte abrupto, sin anestesia, con motosierra. Un disparador para sacudir la modorra de ese debate en el que estaban enfrascados los dirigentes políticos cada vez que hablaban de déficit.
Debía ser por el lado de la ruptura la manera de sentarse en la mesa de discusión porque sus ocupantes históricos venían sucediéndose entre fracasos. Así, había repartido fracasos los partidos tradicionales que se repartieron el poder en los pocos interregnos democráticos del siglo 20, el peronismo y el radicalismo, y ese sistema de bicoaliciones de lo que llevamos del siglo 21, expresadas en una de centroizquierda del kirchnerismo y sus diversos nombres y otra de centroderecha del macrismo y su fugaces denominaciones con apelaciones al cambio.
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Claro está que ese fracaso palpable de todo lo conocido recaía más en el que gobernó más tiempo: el kirchnerismo y sus 16 años de los últimos 20.
El sistema estaba tan cerrado entre bipartidismo y bicoaliciones que había que romper por fuera y con las ideas más disruptivas posibles.
Así es como enancado en una personalidad bastante distante de los modelos convencionales, Milei fue aprovechando de la sucesión de fracasos para imponerse en esa arena pública, en especial de la mano de los nuevos actores que se incorporaban a una sociedad que tenía de todo menos futuro.
Milei impuso la idea de “casta”, la de los abusivos gastos del Estado, la de los excesos en ciertas conquistas, derechos y avances sociales, cuya legitimidad está absolutamente fuera de discusión.
Estaba todo el caldo de cultivo para que emergiera esta personalidad y estos discursos. Degradación abusiva de la calidad de vida, dirigencia alejada de las cuestiones más urgentes, actores de peso más obsesionados en sus privilegios que en otras realidades.
Las dos crisis
A la pregunta tantas veces escuchada de cómo puede ser que un personaje así llegue a ser presidente no queda otra que responderla con otra pregunta: ¿Tenía margen un país que pasó en un puñado de décadas de ser uno de los más desarrollados y ricos del planeta a uno de los más empobrecidos ser gobernada por un dirigente nacido y criado en las estructuras tradicionales?
La respuesta del domingo 19 fue bastante contundente en las urnas. No hay antecedentes en la historia argentina democráticas de tantos partidos, dirigentes de toda clase, sindicatos, iglesias, clubes, marcas, influencers, artistas, periodistas, medios, entre otros, recomendando votar a un candidato y que ese candidato pierda por paliza a lo largo y a lo ancho del país.
Uno podría revisar Córdoba. Las redes se inundaron de pronunciamientos de todo tipo de referentes llamando a votar por Sergio Massa o hacerlo en blanco. Entre ambos, llegaron al cuarto de los votos. Da la sensación viendo los resultados que ni siquiera ellos mismos escucharon sus propios consejos.
Milei es hijo de esa profunda crisis económica y social que deteriora a diario la calida de vida de los argentinos y también es hijo de una profunda crisis de representatividad, que ni en 2001 tuvo tanto dramatismo. O, más bien, en 2023 se encontró una manera de expresarla.
Está claro que lo que viene es una duda inmensa. Está claro que nada puede ser predecible. Está claro que la gobernabilidad irá transformando a ese economista rockero de pensamientos extremos y muy polémicos como lo hemos visto transformarse de las primarias a la general, de la general a la segunda vuelta y del triunfo para acá.
A Milei no le gusta que le apliquen el famoso teorema de Baglini, que dice “cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven”. Pero lo está aplicando.
El tema es que buena parte de sus votantes lo eligió sin esperar sensatez y razonabilidad sino a una respuesta a problemas tan elementales como que el sueldo te alcance hasta fin de mes.