Isabel II nombró a Tony Blair caballero por sus servicios al imperio británico, desatando una ola de críticas por tratarse de una distinción elevadísima que normalmente reciben científicos y artistas muy destacados y queridos por la sociedad británica, además de héroes de guerra.
¿Por qué tanta indignación? ¿Qué hay en la historia del ex primer ministro laborista que justifique semejante revuelo? La guerra en Irak.
¿Por qué la reina distinguió a Blair, sabiendo las críticas que generaría? Porque tiene una deuda de gratitud con él, por el rol clave que jugó en uno de los peores momentos de su reinado: la muerte de Lady Dy.
El gobierno de Anthony Blair, quien llegó al poder tras vencer al premier conservador John Major en 1997 y permaneció en el 10 de Downing Street hasta el 2007, implicó una salida suave de la era thatcheriana, que en la economía había prolongado su antecesor.
Con Blair surgió el llamado “new labor”, y ese “nuevo laborismo” se inspiraba en la “Tercera Vía”, con la que el sociólogo inglés Anthony Guiddens, autor de la Teoría de la Estructuración, creó los instrumentos para modernizar y actualizar la socialdemocracia europea.
Más allá de la resistencia de la izquierda marxista y del laborismo tradicional contra el “new labor”, Blair encabezó un gobierno sólido. Pero el gran error de su gestión fue aceptar, en la Cumbre de las Azores del año 2003, el plan de George W. Bush para invadir Irak y sacar del poder a Saddam Hussein.
Junto al español José María Aznar, el premier británico se convirtió en cómplice de la patraña que tramaron el entonces jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, para justificar la invasión de Irak: la existencia de arsenales de destrucción masiva.
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Cuando el equipo de expertos de la ONU encabezado por el sueco Hans Blix, al cabo de sus misiones de inspección y búsqueda de arsenales llegó a la conclusión de que no había armas químicas y bacteriológicas en Irak, el plan de invasión debió haberse desactivado. Sin embargo, Bush ejecutó su designio iniciando una guerra que fue desastrosa y con nefastas consecuencias en el largo plazo.
La decisión de seguir la aventura belicista que emprendió Bush justificándose en el 11-S, fue tan controversial en Gran Bretaña que provocó una crisis en el propio gobierno de Tony Blair, cuyo titular del Foreing Office (ministerio de Relaciones Exteriores), Robin Cook, presentó indignado su renuncia irrevocable.
Y tanto el liderazgo como la imagen pública de Tony Blair sufrieron consecuencias que volvieron a manifestarse ahora, contra su nombramiento como caballero.
Isabel II sabía que darle un lugar al ex líder laborista en la orden más antigua y prestigiosa del Reino Unido, generaría un vendaval de críticas contra ella. ¿Por qué, entonces, decidió asumir el riesgo y premiar a Blair con una distinción que, este año, recibieron eminencias científicas que lucharon contra la pandemia? Posiblemente, la respuesta está en la gratitud por el rol que jugó el entonces primer ministro cuando la trágica muerte de Diana Spencer desató una crisis que impactó sobre la imagen de la reina.
La popular esposa destratada por el príncipe Carlos, también había sido destratada por su suegra, la reina. Por eso su muerte en un accidente en París, generó una ola de antipatía hacia la corona. Y la reina parecía naufragar en ese mar de tristeza popular que se volvía rencor contra la Casa Windsor.
Para sorpresa de la propia monarca, el joven líder laborista, aun perteneciendo al partido de la izquierda que siempre miró con recelo a la monarquía, fue su mejor bastón para sostenerse. Blair la aconsejó acertadamente, guiándola en materia de gestos, palabras y actitudes que Isabel II nunca hubiera encontrado en su propio repertorio ni en su naturaleza.
Esa es una posible explicación de por qué, aún sabiendo que desataría críticas, distinguió a Blair incluyéndolo en la Orden de la Jarretera, creada por el rey Eduardo III en el siglo XIV para distinguir logros y servicios públicos excepcionales.