Pasaron 740 días, apenas la mitad de su mandato. Desde aquella imagen cargada de respaldo popular del 10 de diciembre de 1999 recibiendo la banda de Carlos Menem y la del masivo rechazo social del 20 de diciembre de 2001 yéndose en helicóptero de la Casa Rosada.
Fernando De la Rúa, abogado, nacido en Córdoba en septiembre de 1937, llegó a la Presidencia después de una destacada carrera política a través de una coalición de su partido, el radicalismo, con el Frepaso.
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A poco de asumir, la Alianza recibió el primer duro golpe con la renuncia del vicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez como consecuencia del escándalo por las denuncias de sobornos para aprobar la ley de Reforma Laboral en el Senado.
A más de 20 años, Graciela Fernández Meijide sostiene hoy que lo de "Chacho" fue ante todo "una excusa para abrirse de un gobierno que vivía de frustración en frustración y que no podía dar ninguna buena noticia".
Álvarez no quiere hablar de aquella tragedia. “No está haciendo declaraciones”, respondieron sus colaboradores ante un requerimiento de El Doce.
López Murphy: "Frentes externos"
Después del portazo del vice, la Convertibilidad empezó a crujir. El sistema económico no podía sostener la paridad de un dólar-un peso y sin financiamiento externo, era necesario un ajuste.
Se lo encomendaron al radical Ricardo López Murphy pero su plan no contó con respaldos internos y externos y duró dos semanas como ministro de Economía.
Hoy, López Murphy recuerda que había un frente externo complicado "generado por los shocks asiático, ruso y brasileño". "Estos shocks se combinaron sobre la economía hasta comprimirla", se limitó a recordar el actual diputado nacional sobre la crisis del 2001.
Luego, vino la derrota electoral en las legislativas, una agudización de la crisis económica, el malestar social, el corralito y un gobierno sin respuestas.
Puerta: "Le pedí que espere"
El justicialista Ramón Puerta quedó como presidente provisorio de un Senado que no tenía titular. El peronismo había ganado las elecciones de medio término y se debatía entre acelerar la caída de De la Rúa o negociar un gobierno de coalición.
Puerta recuerda hoy que lo llamó a De la Rúa después de verlo por televisión. "Le dije que no se le ocurriera renunciar, porque de la manera que se expresaba advertí que era inminente esa decisión", apuntó.
Según dijo, el peronismo estaba dispuesto “a votar las leyes a libro cerrado salvo la referida a la relación nación-provincias". Y le pidió al presidente que esperase la reunión de gobernadores en San Luis, que iba a ser después de la inauguración del aeropuerto de Merlo.
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Pero De la Rúa no tenía tiempo y exigía una respuesta urgente. Sólo atinó a decir: "Va a ser de noche, muy tarde".
Es que con un país en llamas. Saqueos desde hacía varios días, manifestaciones de todo tipo y una represión violenta que dejó casi 50 muertos.
"Quizás por eso, cuando leí su renuncia, me di cuenta que era un texto bien pensado. Se había pasado tres horas en solitario mirando hacia el horizonte", concluyó Puerta.
Rodríguez Sáa: "Sin los propios"
Adolfo Rodríguez Sáa, a quien De la Rúa también le había pedido el apoyo de los gobernadores peronistas, también busca desviar el eje para otro lado. "Fue tan grande la falta de respaldo de sus propios correligionarios, que se vio obligado a renunciar anticipadamente", sentenció quien ocupase durante una semana la Presidencia.
Las permanentes vacilaciones del presidente De la Rúa, la falta de liderazgo, la falta de respaldos internos y externos, la poca disposición del peronismo a un acuerdo y las protestas tanto legítimas como orquestadas socavaron a gran velocidad todo el capital político construído por años.
Antonito, su hijo mayor, dividía el tiempo en una suerte de consejero personal y gran enamorado de Shakira. El rumbo errático en el plano económico con la adopción de medidas impopulares, pulverizó la suerte de sus ministros José Luis Machinea primero, y de Ricardo López Murphy, después.
Entonces no le quedó otra que recurrir a Domingo Felipe Cavallo, el padre de la criatura nacida con el menemismo bajo el nombre de Convertibilidad. En ese momento, marzo de 2001, aparecía como el único capaz de desactivar una bomba a punto de estallar. Pero en realidad fue, el principio del fin.
Y así, el sueño de la Alianza se tornó en pesadilla. El corralito financiero y la imposibilidad para disponer libremente de los salarios y depósitos, en medio de una estrepitosa desocupación y pobreza, hicieron sonar las cacerolas al compás del grito unívoco que "se vayan todos, que no quede ni uno solo".