Sergio Massa llegó para comprar tiempo y, en principio, ése parece ser hasta ahora su mayor logro. Cuando asumió el Ministerio de Economía, hace poco más de un mes, la situación era de una fragilidad extrema tanto en la economía como en la política. Hoy, en la economía la fragilidad sigue siendo tal, pero la política se encolumnó atrás de una sola certeza: para el abismo faltaba entonces medio metro.
Así es que el cristinismo aceptó tragarse el sapo, arrió las banderas del redistribucionismo, entendió que el déficit energético era la madre de todos los males y decidió bancar la parada. Con una inflación anualizada en el 70%, el blue coqueteando cerca de los $350 y sin dólares para bancar medio mes de importaciones, el kirchnerismo se asustó.
Por el momento, la llegada de Massa logró que baje la espuma de la política pero hay que decir una cosa: el ajuste no empezó. La emisión sigue volando para financiar los intereses de las Leliq que el propio Central emite para sacar del mercado los pesos que la gente se desespera por sacarse de encima y aún no se emitió ni una sola boleta de gas ni de luz que dé cuenta de la quita de subsidios.
La quita de planes fue apenas una promesa lanzada al viento y los anuncios de recortes en salud y educación, en el fondo, eran partidas que tampoco se iban a ejecutar. Es difícil que se alcance un déficit del 2,5 puntos del PBI, una reducción de subsidios energéticos del 0,3 y un fortalecimiento genuino y sostenido de reservas sin hacer algo más que proponer dólar soja durante un mes. Los cinco mil millones de dólares que podrían ingresar ahora son los dólares que no entrarán después, porque es la soja que hay.
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Pero el gran mérito de Massa fue convencer al FMI de que la cosa se está cocinando. El Fondo valora que el Frente de Todos haya aceptado permanecer bajo el paraguas del FMI, quitándole el incómodo papel de ser el organismo que empuje a la Argentina nuevamente al default. Así es mejor para todos: Argentina no defaultea y el Fondo hace de cuenta que Argentina cumple, o al menos eso intenta.
Eso es comprar tiempo. ¿Hasta la siguiente revisión? ¿Hasta las elecciones del 2023? ¿Hasta que haya un nuevo presidente electo? Quién sabe. Comprar tiempo implica eso: ir viendo, paso a paso, buscando caminar para atrás para alejarse del abismo inminente.