- ¿Está adentro?
- Sí, claramente fue un escopetazo.
La luz blanca alumbra directamente a una radiografía de cráneo. En un par de segundos, el jefe de guardia ya sabe de qué se trata lo que está mirando. El diálogo con uno de los forenses es breve.
Ese hombre de aproximadamente 50 años estaba vivo hace 12 horas. Ahora yace semidesnudo en una mesa de acero, mientras un médico lo examina y anota en una planilla. Tiene un orificio en la sien derecha. La radiografía que fue apenas observada no deja dudas: “Es un suicidio. Miren la cantidad de perdigones”.
En ese lugar se develan los secretos más terrenales de la muerte. Huele a descomposición. Una sala grande está iluminada por luces blancas. Hay tres mesas de acero con balanzas, bandejas y mangueras. Allí trabaja un grupo de médicos vestidos con guantes y botas de goma, además de una bata celeste. Lo hacen con una frialdad que asombra.
La Morgue Judicial de Córdoba esconde una rama de la ciencia que está marcada en la sociedad por el morbo y el misterio. Significa la última estación antes del descanso definitivo y, a la vez, el punto de partida de toda investigación que incluya muertes violentas por causas dudosas.
Fue creada en 1920 en el viejo Hospital San Roque. Durante la dictadura muchos cadáveres de personas asesinadas por las fuerzas armadas pasaron por esas salas y terminaron enterrados en fosas clandestinas. En 1992 el hospital se cerró y la morgue pasó a ser el Instituto de Medicina Legal, dependiente del Poder Judicial. Funciona también como espacio de formación de profesionales y su nueva ubicación es en barrio Pueyrredón. Alrededor de 40 personas trabajan en el lugar. Entre ellos 14 forenses que trabajan en guardias.
No es para cualquiera
David Dib es el director desde 2018. Su gestión comenzó la semana antes del fallecimiento del exgobernador José Manuel de la Sota, el 15 de septiembre de ese año. Sin pelos en la lengua, afirma que “es un trabajo de los que algunos consideran extremo”.
“Nuestra cotidianeidad está vinculada con un fenómeno muy fuerte, que es la muerte. Que además es el fenómeno más seguro que va a ocurrir en las vidas de las personas. Pero la muerte que nosotros analizamos siempre es una muerte que tiene un contenido, porque la mayoría son muertes violentas o además tienen criterios de judicialidad”, agrega. Dib no tiene dudas: “No hay otras cosas buenas en lo nuestro”.
La fachada del edificio camufla muy bien lo que hay detrás. Las oficinas se dividen en dos pisos. Pero para acceder a cualquiera hay que atravesar la “sala principal”. Tres médicos caminan entre las camas de Morgagni, las de acero inoxidable donde se realizan las autopsias. Se llaman así por su creador, Giovanni Morgagni, un médico que se interesó por la anatomía a comienzos de 1700.
+ VIDEO: cómo es trabajar en la Morgue Judicial de Córdoba:
Dos cuerpos reposan en esas camas. Llegaron la noche anterior. Uno es un hombre mayor que se suicidó. Tiene una clara herida de bala al costado de la frente y la cara está manchada de sangre. El otro cadáver es el de un bebé que no llega al año de vida. “Falleció por causas naturales”, aseguran en la sala. La otra mesa, por ahora, está vacía.
Los forenses, mientras tanto, esperan la orden judicial para finalmente examinarlos. Con la autorización correspondiente, desnudan el cadáver, lo pesan y miden, y lo fotografían. Ellos parecen estar constantemente asomados sobre el origen profundo del cuerpo. “Es venir a la mañana y ver con qué nos encontramos. Si tenemos la orden del fiscal, nos ponemos manos a la obra”, explica Ramiro Ortiz Moran, jefe de guardia forense. No piensa mucho en la muerte, aunque la huele y la mira diariamente.
El mundo de la morgue “no es para cualquiera”, confirma Ortiz. Cuando la muerte es rutina, nace por sí sola la necesidad de mitigar la frialdad que impone la medicina legal. “Ponemos el foco en trabajar con compañerismo, humor y alegría, y todo el staff médico está convencido de lo que hace”, dice el jefe de guardia.
Ver y estudiar la muerte
La palabra autopsia viene del griego y significa “ver por los propios ojos”. Era un término usado alguna vez en el ámbito mágico-religioso, con el significado de visión con los propios ojos de algo sobrenatural. Médicos y naturalistas griegos lo emplearon para el estudio directo de las cosas. Es curioso que ahora la traducción semántica sea ver y analizar un cadáver.
La autopsia en sí consiste de tres pasos. Primero la fase de observación o examen externo: “Vemos todo simultáneo y al mismo tiempo, pero ahí observás los fenómenos cadavéricos, como lesiones u otras marcas o señales”. Luego viene el examen interno, que tiene que ver con analizar el cuerpo por dentro, ya sean vísceras y órganos, y por último el informe final con los detalles.
Para ellos, la morgue es su oficina. Apenas un portón y unas rejas separan la calle con la gente de la recepción de la morgue y sus camas de acero inoxidable. La distancia entre la muerte y la vida cotidiana.
¿Cuál es la pasión para estar ahí adentro, rodeado de muerte y cadáveres? “Los cuerpos para nosotros se transforman en material de estudio”, responde Ortiz Moran sin más vueltas. El “poner manos a la obra” no tiene que ver simplemente con abrir un cuerpo. El trabajo de los forenses es indispensable en la medicina legal y también es una herramienta crucial en la epidemiología médica.
La pata antropológica
En otro edificio del mismo predio de barrio Pueyrredón funciona el Servicio de Antropología Forense. En el interior del país, la primera provincia que lo constituyó fue Córdoba. El comienzo de la disciplina a nivel nacional se remonta a 1984, con la creación del Equipo Argentina de Antropología Forense (EAAF). Su nacimiento y desarrollo está totalmente ligado a la última dictadura en el país, entre 1976 y 1983.
En la provincia, la antropología forense dio inicio con el establecimiento de un equipo en 2002. Todo arrancó con tareas de recuperación y exhumación de desaparecidos de aquel proceso militar en el Cementerio de San Vicente, enmarcado en una causa de la Justicia Federal. Sin embargo, siete años después, ya en 2009, se firmó el convenio definitivo entre el TSJ de Córdoba y el Equipo Argentino de Antropología Forense.
"Un médico forense trabaja con cadáveres recientes y el antropólogo forense interviene cuando el estado de composición es tan avanzado que, por ejemplo, el médico no puede distinguir órganos genitales. Nosotros, a partir del estudio de los huesos, podemos establecer si se trata de un individuo masculino o femenino, y después ver terminación de edad y demás datos", explica a grandes rasgos Anahí Ginarte, referente del EAAF y encargada del Servicio de Antropología del Instituto de Medicina Forense.
Ante un hallazgo, los profesionales van al lugar del hecho y levantan los restos óseos: "Trabajamos con técnicas de la arqueología tradicional, aplicamos esos conocimientos para la recuperación y la excavación de los restos, y estudiamos los contextos".
A la par del trabajo enfocado especialmente en los desaparecidos de la dictadura, el equipo antropológico en Córdoba también se sumó a la recolección de datos en casos actuales. "Debemos darle respuestas a las personas que encuentran a familiares después de mucho tiempo, pero también a la sociedad en general", destaca Ginarte.
En Argentina no existe una base oficial de datos de NN. El Servicio de Antropología Forense de Córdoba elaboró un banco propio, en el cual recolecta, sistematiza y custodia toda la información sobre cadáveres y restos humanos que no han podido ser identificados.
Con la incorporación de antropólogos forenses y la conformación de un equipo interdisciplinar, el trabajo pericial adquiere una relevancia cada vez más importante. Cabe resaltar la contribución de esta disciplina en la resolución de distintos casos que de otro modo hubieran quedado pendientes.
Del rol fundamental al impacto humano
La muerte siempre tuvo su cuota de espectacularidad. En la sala de autopsias no se percibe: no hay sorpresa ni incomodidad. Entre esas cuatro paredes comienzan a desentrañar detalles y al mismo tiempo aportar datos clave en casos de muertes violentas o dudosas. Cada uno conoce muy bien el rol fundamental que cumple para la Justicia y la sociedad en general.
Sobrellevar el trabajo no es fácil. “Es concentrándote en lo que tenés que hacer”, sostiene el jefe de guardia. Y agrega: “Tratamos de que toda la cuestión afectiva, humana y hasta social no nos afecte ni involucre demasiado”. De todas maneras, no siempre sucede: “Muchas veces, uno no puede evitar hacer una relación con parientes”.
Después de tantas horas realizando autopsias y examinando cuerpos, Ortiz confiesa que “necesita de algunos minutos solo” al llegar a su casa. Cuando deja el traje de forense, es fundamental no trasladar esa cotidianeidad a su familia.
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Estar entre huesos y no entre cadáveres hace sentir todo más liviano. Los restos óseos no dejan percibir la parte más humana de la muerte reciente. "En los esqueletos, parece que uno toma más distancia porque los huesos parecen cosas, no tan personas", coincide Anahí Ginarte.
De todas maneras, siempre está presente ese costado sensible en el trabajo con la muerte: "Es así, hasta que los identificás, y de repente es una persona que tiene una familia, que tuvo una historia y que quizás tuvo un trágico final".
De fondo se escuchan motores de heladeras. Para llegar, hay que caminar unos 20 metros y atravesar dos puertas desde la sala de autopsia. En un rincón están apilados varios féretros. El salón de las heladeras es el más grande de todos. Ahí sí el olor se vuelve intenso y traspasa cualquier mascarilla. “Estamos acostumbrados”, aseguran con una mueca quienes transitan minuto a minuto la zona. En ese espacio se guardan aquellos cadáveres que nadie reclamó o que todavía no tienen orden judicial de entrega o de autopsia.
Cuentan que hay 40 heladeras ocupadas. El tiempo que pueden permanecer en frío es variable. “Hubo cuerpos hasta diez años”, admite Ortiz. Aunque eso fue en otra época: lo óptimo es que al año sin novedades, sean depositados en fosas del cementerio.
Las cámaras ayudan a ralentizar el proceso de descomposición, pero igualmente sucede. El frío seca los cadáveres y, a pesar de estar en temperaturas bajo cero, lo mismo se pudren. El olor por momentos se vuelve insoportable. Realmente hay que estar acostumbrado para poder soportarlo. “En verano se pone mucho peor todo. Imaginate esos cuerpos que por ahí encuentran después de varias horas encerrados en una casa y 35 grados de calor”, explica el guardia forense.
Conciencia
El director de la Morgue fue contundente respecto a las estadísticas que manejan. “El mayor universo que tenemos está vinculado a accidentes, casi el 40 por ciento de nuestras autopsias son de muertes ocurridas en accidentes”, reveló Dib. Pero también puso el foco en las edades: “Hay un pico de personas que mueren en accidentes, que son jóvenes, entre los 18 y los 30 y pico de años”.
Para él, “estos eventos” necesitan “un abordaje colectivo porque tiene que ver con la conciencia general y el respeto a ciertas normas”. “Lo que vemos nosotros acá, es como que ya ocurrió todo ese no respeto a esa situación y tenemos personas jóvenes que fallecen casi de forma cotidiana por estas cuestiones”, sentenció.
Ni siquiera la muerte es inequívoca en Argentina. Sobran casos y apellidos, y siempre parece restar una cierta especulación al servicio de lo impreciso. Frecuentemente el problema de lo definitivo va derecho a la morgue.
La vida es la muerte y ahí adentro los cuerpos hablan. Solo quienes trabajan en el lugar saben qué hay después.