Los talibanes afganos matan mujeres apedreándolas, le cortan las manos a los que roban y degüellan a los que consideran herejes o apóstatas o infieles. Pero en comparación con Isis-K, parece hippies posmodernos. Por eso los yihadistas de los turbantes negros se escandalizan con los crímenes de Isis-K y están en guerra contra ese brazo centroasiático del Estado Islámico Irak-Levante (ISIS).
La organización que se atribuyó la espantosa masacre del viernes 23-M en el Corcus City Hall de las afueras de Moscú, es un desprendimiento del Tarek-e-Talibán, un movimiento con milicias de los pashtunes paquistaníes. En el 2014, el ala juvenil de Tarek-e-Talibán en el valle del río Suat, tomó la decisión de romper con los talibanes por considerarlos demasiado blandos con las adúlteras y los herejes, apóstatas y pecadores. Se constituyeron entonces en un brazo de Isis, añadiendo a la sigla en inglés la letra K, por Khorasán, que en farsi (idioma de Iran) significa “donde sale el sol” porque denomina a la extensa región que marcaba el oriente del antiguo Imperio Persa y abarcaba lo que hoy es parte de Afganistán y parte de Pakistán, además de las actuales Tadyikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.
La brutal masacre perpetrada en Krasnogorsk no fue el mayor acto criminal de Isis-K. En agosto del 2021, jihadistas suicidas de esa demencial organización ultra-islámica se mezclaron con la multitud de afganos que intentaba entrar al aeropuerto de Kabul para huir del régimen talibán. Fueron ciento setenta los civiles muertos, además de los trece soldados norteamericanos que incrementaron la cifra de víctimas fatales.
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Esa organización genocida asumió el atentado que tiene todas las señales del terrorismo ultra-islámico del sur de Rusia. También mostró fotos de los atacantes y exhibió videos de la masacre. Pero el presidente ruso siguió apuntando su dedo acusador hacia Ucrania.
Según el presidente ruso, los supuestos terroristas que exhibió en público la policía fueron atrapados cuando intentaban escapar a Ucrania, donde los dejarían ingresar. Pero resulta absurdo. Que terroristas que acaban de cometer un crimen gigantesco contra Rusia intenten salir de ese país por la frontera con Ucrania, es ridículo porque desde que comenzó la guerra hace más de dos años esa es, obviamente, la frontera rusa más protegida. Para entrar a Ucrania tienen que salir de Rusia por la línea fronteriza más blindada que tiene el gigante euroasiático. Eso es imposible y cualquier terrorista profesional, como los que masacraron cristianos en las afueras de Moscú, lo sabe.
Por qué creerle a Putin cuando muestra tayikos temblorosos, confesando atados de pies y manos que les pagaron para cometer la masacre en el inmenso auditorio de las afueras de Moscú. No hay razón alguna, como tampoco hay razones para creer que Navalny murió de “muerte súbita” en la cárcel del Ártico ni que el avión de Prigozhin se precipitó a tierra por una falla mecánica, ni que a Boris Nemtsov lo mató la mafia justo cuando se dirigía a presidir un acto para denunciar que el ejército ruso estaba infiltrándose en el Donbas desde por lo menos el 2014.
Esa organización genocida asumió el atentado que tiene todas las señales del terrorismo ultra-islámico del sur de Rusia. También mostró fotos de los atacantes y exhibió videos de la masacre. Pero el presidente ruso siguió apuntando su dedo acusador hacia Ucrania.
El terrorismo ultra-islámico de Rusia tiene entre sus brutales antecedentes la toma de una escuela en Beslán, que desembocó en la peor masacre ocurrida en esa ciudad de Osetia del Norte. Cerca de cuarenta civiles murieron por las bombas que hizo estallar en el aeropuerto capitalino de Domodedovo. También causó masacres en el metro y en el mayor mercado de Moscú, libró una batalla dentro de un hospital de Budionovsk y hasta tiene un antecedente en provocar masacres en teatros repletos: la toma de la sala moscovita Dubrovka, una noche de danza clásica.
Sin embargo, desafiando el sentido común, Vladimir Putin siguió vinculando a Ucrania con lo ocurrido en el Crocus City Hall de Krasnogorsk.
Putin intenta pescar en un río de sangre. Sus lucubraciones para culpar a Ucrania se parecen a la patraña de las armas de destrucción masiva con que Bush Hijo, su vicepresidente Dick Cheney y su secretario de Defensa Donald Rumsfeld justificaron la invasión de Irak en el 2003.