A primera vista, incomoda que Francia rete a alguien por “racismo”, debido a su largo historial de segregación en distintos modos. Sin ir demasiado atrás en el tiempo, el régimen Vichy deportó masivamente judíos a los campos de concentración nazi, y en Argelia torturó y masacró árabes, como también lo hizo en la Península Indochina antes de perder la batalla de Dien Bien Phu.
Hasta la impulsiva y radical primera ministra de Italia tuvo algo de razón al decirle al gobierno galo que “no vengan a sermonearnos… cuando Francia continúa explotando África, imprimiendo moneda para catorce estados en condiciones feudales, donde obligan a trabajar a los niños en sus minas, como en Níger, donde Francia extrae el 30 por ciento del uranio que utilizan sus centrales nucleares”. También tiene una parte de razón Giorgia Meloni cuando afirma que los africanos huyen a Europa porque en África algunos países europeos como Francia generan retraso y que “la solución no es traer africanos a Europa sino liberar África de ciertos europeos”.
Tampoco Meloni tiene mucha autoridad ética para reprochar así a Macron dado que su partido, Fratelli d’Italia, es heredero del fascismo que, retomando las prácticas coloniales que generaron desastres en países magrebíes como Libia, lanzó en 1935 el ejército italiano contra Etiopía en la segunda guerra de Abisinia. Además, Meloni tiene como socio político a Matteo Salvini, un racista que promueve la violencia contra los inmigrantes.
En cuanto a Francia, la infección del racismo continúa siendo fuerte hoy. Lo prueba que el partido individualmente más votado en las tres últimas elecciones fue la Agrupación Nacional, reciclado con mejores modales del Frente Nacional que creó y lideró un racista confeso y brutal: Jean-Marie Le Pen. Pero eso no significa que el reto francés al derrape de algunos jugadores de la Selección argentina haya estado mal.
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La alegría después de tanta tensión por la final que jugaron y ganaron, no justifica que hayan entonado un canto racista. Lo que hicieron es repugnante. Y fue grave, precisamente, porque son la elite deportiva de la Argentina, lo cual es una responsabilidad gigante que debe asumirse al aceptar sumarse a la Selección nacional.
Indignarse con esos jugadores es correcto. En muchas áreas, pero particularmente en el fútbol argentino, las hinchadas recién en los últimos años dejaron de entonar cánticos con alusiones a los bolivianos y a los paraguayos como seres inferiores. Una muestra de ignorancia y de intolerancia hacia los inmigrantes de la región.
El racismo es repugnante y contrario a la inteligencia y el sentido común. Pero el caso de los jugadores del cantito racista también tiene que ver con una desubicación más generalizada. El presidente se desubica seguido insultando a presidentes de otras democracias. ¿Cómo explicarles a los jugadores de su responsabilidad más allá de lo futbolístico al vestir la camiseta de la Selección, si el presidente no se da cuenta de algo tan elemental de que, por su responsabilidad en la función pública, no puede atacar groseramente a otros mandatarios?
¿Cómo explicarles a los jugadores que lo que hicieron es racista y, por ende, deleznable, si quien los gobierna admira y se declara aliado de racistas como Jair Bolsonaro y sus hijos, además de lucirse en escenarios de extremismos que rozan o entran de lleno en el racismo y el supremacismo étnico?
Javier Milei hizo bien a recibir a Lacalle Pou en la Casa Rosada, en lugar de insultarlo por haber cuestionado su faltazo a la cumbre del Mercosur. Pero hizo mal en echar al subsecretario de Deportes porque sugirió que la Selección debería pedir disculpas a Francia a través de Messi.
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Aunque Messi no estuvo entre los cantantes desubicados, él es el capitán y ninguna voz argentina se escucharía más que la suya en un pedido de disculpas que le hará bien al país. No se trata de hacerlo asumir una inconducta que no tuvo. Se trata precisamente de usar su extraordinaria celebridad deportiva y su impecable historial de conducta, para expresar algo que debe ser oído en el mundo hasta tapar el cantito burdo inventado por hinchas argentinos obtusos en el Mundial de Qatar.
No estuvo mal Julio Garro al sugerir que Messi haga el pedido de disculpas. Estuvo mal Milei al echar a ese funcionario y al retuitear un tuit en el que uno de los tuiteros oficialistas incurre en un racismo peor al expresado por los jugadores.
Es gravísimo que uno de los voceros encubiertos del pensamiento del presidente haya escrito y publicado que “pedir disculpas a unos europeos colonizadores por una canción que encima dice la verdad, es ir totalmente en contra de la ideología del Javo”.
Si la “ideología del Javo” considera que un cantito vulgar y racista “dice la verdad”, entonces el presidente de los argentinos también suscribe el racismo. Con ese vocero que tiene en la red debería haberse indignado Milei y no con quién sugirió algo lógico y que no implicaba confundir a Messi con los desubicados del ómnibus ni obligarlo a una actitud degradante.
Lo degradante fue el cantito, no que un capitán de conducta siempre intachable pida disculpas en nombre del país. Eso es enaltecedor para Messi.
Javier Milei, en cambio, al retuitear el mensaje que defiende el cantito afirmando que “dice la verdad”, amplificó el derrape racista que desató el escándalo.