¿Hizo bien Dina Boluarte al declarar tres días de duelo por la muerte de Alberto Fujimori y concederle una funeral de Estado? El presidente que cerró el Congreso, puso bajo su control al Poder Judicial y creó fuerzas parapoliciales y paramilitares para que cometieran masacres, murió en prisión domiciliaria cumpliendo una pena por crímenes de lesa humanidad ¿merecía recibir honores pos mortem del mismo Estado que lo condenó a 25 años de cárceles?
No está claro si los días de duelo nacional y el funeral de Estado hablan bien de Fujimori o hablan mal de la presidenta actual, quien proviene de un partido marxista que siempre acusó de genocida al autócrata que imperó en Perú durante toda la década de 1990.
Lo que está fuera de duda es que el líder fallecido conquistó el apoyo incondicional de una porción inmensa de peruanos, porque logró éxitos resonantes y construyó obra pública. Resulta totalmente entendible que una parte significativa de la población siguiera defendiéndolo aún después de haber intentado un fraude grotesco y haber huido a Japón. Pero ese respaldo por su eficacia para alcanzar objetivos a cualquier precio, no implica que Fujimori haya sido un estadista demócrata. Lo que fue, es el primer líder anti-sistema que llega al poder por la vía democrática y se aboca luego a destruir la democracia desde adentro.
Un agrónomo que ejercía la docencia universitaria sin haber actuado nunca en política ni acercado a ningún partido, pudo financiar su campaña por el apoyo de su esposa, la empresaria Susana Higuchi, y llegó a la presidencia derrotando a una celebridad mundial: Mario Vargas Llosa. A la reelección la obtuvo venciendo a otra figura internacional, el ex secretario general de Naciones Unidas Javier Pérez de Cuellar.
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Entre una y otra victoria en las urnas, tuvo dos éxitos deslumbrantes: terminó con la hiperinflación que había dejado el primer gobierno de Alán García, y dio un golpe definitivo a Sendero Luminoso al capturar en 1992 a su fundador y líder, Abimael Guzmán, a quien expuso tras las rejas y con traje a rayas de presidiario.
En abril de ese mismo año, concentró todo el poder en su llamado “Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional”, al cerrar el Congreso y poner a la Corte Suprema de Justicia bajo control del Poder Ejecutivo.
Cuatro años más tarde, conseguiría otra resonante victoria: derrotó a los comandos del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que habían ocupado la residencia del embajador japonés en Lima, tomando de rehenes al diplomático y todos los invitados a la celebración del 63 aniversario del emperador Akihito.
La operación contra insurgente logró reducir a los insurgentes y sólo uno de los rehenes murió en el fuego cruzado. También murió el comandante del MRTA, Néstor Cerpa Cartolini, junto a cuyo cadáver Fujimori posó como el cazador que posa con el pie sobre su presa.
El MRTA desapareció y la guerrilla maoísta que se había inspirado en la milicia genocida camboyana Khemer Rouge, quedó reducida a un puñado de tropas que protegen laboratorios de narcotraficantes en el Vraem (los valles de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro).
Pero Fujimori aplicó “guerra sucia” creando organizaciones paramilitares, utilizando la tortura y produciendo masacres como las de La Cantuta y el Alto.
El gobierno de Fujimori era también un aparato extorsivo que chantajeaba y también sobornaba a empresarios, sindicalistas, periodistas y dirigentes opositores. Vladimiro Montesinos, el siniestro jefe del aparato de inteligencia del régimen, producía los llamados “Vladivideos”, filmando con cámaras ocultas el momento en que entregaba fuertes sumas de dinero a periodistas, políticos y sindicalistas para ponerlos bajo control.
La violencia terrorista terminó, Perú obtuvo un marco macroeconómico que produjo crecimiento sostenido por años y se mantuvo tras la redemocratización, hubo estabilidad política, pero corrieron ríos de sangre, se perpetraron desde el Estado castraciones químicas sin consentimiento en etnias nativas para reducir su crecimiento demográfico, y la corrupción creció gangrenando el aparato estatal completo.
Fujimori encarnó el éxito sin escrúpulos. Y acabó de manera patética, al descubrirse el fraude con que intentó robarle la victoria a Alejandro Toledo. Su fuga a Japón, su encarcelamiento posterior y los sucesivos fracasos de su hija Keiko en ganar la presidencia en las urnas, debieron poner fin al fujimorismo. Pero al día de hoy sigue siendo un movimiento fuerte.
Aún muerto, Alberto Kenyo Fujimori continúa dividiendo aguas en Perú, con una mitad de la población viendo en él a un héroe y la otra mitad viéndolo como un autócrata criminal y corrupto, que quiso destruir la democracia desde adentro.