Posiblemente, Diana Mondino entró en la lista negra del presidente cuando trascendió que en Nueva Delhi dijo ante autoridades de la India que Argentina podría rever la decisión de abandonar el BRICS.
Díaz después, cuando ya en el país se corrigió y ratificó que no habrá marcha atrás en la salida argentina del BRICS, es probable que actuara bajo presión de la Casa Rosada. Pero fue más lógico la posibilidad de la que habló en Nueva Delhi, que la rectificación de sus dichos que hizo en Buenos Aires.
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Evaluar una reincorporación a ese espacio económico parece mejor idea que haber decidido la salida sin haber evaluado nada. La decisión de salir de BRICS tiene el mismo fundamento que la razón por la que Javier Milei acaba de expulsar a Mondino de su gobierno, y esa razón se basa en una negligente ignorancia: suponer que las sobreactuaciones de obsecuencias hacen a un gobierno más querido y respetado por Washington.
La palabra “Falkland” que apareció en un documento del gobierno días atrás no puede haber horadado más la relación entre el presidente y su entonces ministra de Relaciones Exteriores. BRICS y Cuba sí. Pero está claro que en ambos casos no hubo ningún error objetivamente grave de la canciller. Por el contrario, fueron pronunciamientos sensatos. En el caso BRICS, porque podría ser un espacio económicamente conveniente para la Argentina y ese espacio muchos integrantes tienen excelentes relaciones con Estados Unidos. Y en el caso “embargo norteamericano a Cuba”, porque los únicos votos a favor de que continúe son el norteamericano y el israelí, mientras que, con la excepción de Moldavia, que se abstiene, todos los demás países del mundo, o sea todas las demás democracias capitalistas, además de los países no democráticos, votan por ponerle fin.
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La estadística dice que la razón no puede estar en la vereda de los dos que votan a contramano del resto del mundo.
También la historia prueba con contundencia que ese embargo ha sido absolutamente inútil para el objetivo que justificó su implementación en 1962. Sesenta y dos años (más tres si se tienen en cuenta las sanciones económicas que empezaron a aplicarse desde 1959) prueban que la medida implicó padecimientos para la sociedad cubano, pero en modo alguno debilitó a la dictadura de Fidel Castro y luego de sus sucesores. Por eso Barack Obama intentó ponerle fin.
Ese presidente norteamericano entiende algo que resulta obvio: si más de medio siglo de embargo no debilitaron a la dictadura cubana, lo más probable es que la hayan fortalecido.
Seguramente la actual administración demócrata piensa lo mismo, pero Milei levanta la bandera de la obsecuencia inútil y destituye a la ministra que no cometió su mismo error, ni cuando dijo en la India lo que dijo de BRICS, ni ahora al votar en la ONU junto con todo el mundo, menos dos.