Que ninguno de los gobernantes haya aplaudido el discurso de Javier Milei, como afirman el diario brasileño OGlobo y la agencia italiana de noticias ANSA, o que hayan sido muy pocas las palmas que chocaron tímidamente cuando el presidente argentino acabó su alocución, es una señal de soledad en el foro del G-20 que deliberó en Brasil. El presidente argentino se vio solo, pero la Argentina no quedó aislada en el G-20 porque, finalmente, firmó el documento propuesto por Brasil. Aunque puesta a regañadientes, esa firma de Milei salvó al país del aislamiento y dejó un saldo positivo en el encuentro en Río de Janeiro.
Colaboró a ese saldo positivo que Argentina y Brasil firmaran un acuerdo de venta de gas de Vaca Muerta al gigante sudamericano y que, a pesar de su eufórica amistad con Jair Bolsonaro y sus hijos, el presidente no se opuso ni cuestionó que el juez Rafecas deciediera que sean entregados a la justicia brasilera los activistas bolsonaristas que participaron en el asalto a los edificios de los poderes públicos, dentro de un plan que incluía ex militares que querían asesinar al presidente Lula da Silva y a su vicepresidente Geraldo Alkmin.
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Cuando Milei concluyó su intervención y cerró la carpetita de la que nunca se separa, al levantar la vista hacia los gobernantes que lo escuchaban, no encontró miradas y gestos de aprobación a todos los “no cuenten con nosotros” con que dejó en claro su conservadurismo radical rechazando los puntos de la Agenda 2030 referidos a la lucha contra el cambio climático, el respeto a las diversidad sexual y los compromisos para construir sociedades más equilibradas, para revertir la cada vez más fuerte tendencia a la concentración de riquezas en menos manos.
Lo curioso y, en definitiva, lo más relevante, fue que finalmente el presidente argentino adhirió al documento que el país anfitrión propuso. Muchos analistas y dirigentes de los gobiernos representados en el G-20 temían que el mandatario argentino pateara el tablero en una escenificación más de las que suele hacer en procura de visibilizar su liderazgo y extenderlo a escala internacional. Pero no fue así. Más allá de la ausencia de abrazos y sonrisas en el saludo al anfitrión, que contrastó fuertemente con las evidentes señales de afecto con que Lula da Silva saludó y fue correspondido por todos los demás asistentes, incluida la primer ministra derechista de Italia Giorgia Meloni y el presidente norteamericano Joe Biden, entre otros, no hubo patada de tablero sino una correcta actuación que deja un saldo positivo.
En el G-20, la representación argentina no hizo el show de disrupción sobreactuada que hizo en la COP que se llevó a cabo pocos días antes en Azerbaiyán, al patear el tablero con un discurso negacionista del cambio climático y, a renglón seguido, ordenar una intempestiva retirada con portazo, de ese foro dedicado exclusivamente a la lucha contra el calentamiento global.
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La ausencia de Trump en la cumbre del G20 que se llevó a cabo en Río de Janeiro parecía conjurar el riesgo de otro pronunciamiento final desdoblado. En las cumbres realizadas en Hamburgo y en Osaka, el magnate neoyorquino, por entonces presidente en funciones, pateó el tablero del tradicional documento firmado por los 20 asistentes, obligando a la fórmula 19 + 1, para dejar en claro su desacuerdo con la lucha contra el cambio climático.
Ahora, con el demócrata Biden aún en funciones, el G20 podía tener un wording normal, mostrando acercamientos en lugar de grietas. Pero nadie se atrevía a descartar que Javier Milei asumiera el rol que aún no pudo asumir el presidente electo de los Estados Unidos, con quien se identifica profundamente a pesar de las diferencias notables entre ambos en el terreno económico.
Aunque la mayoría de los argentinos tiene conciencia de lo que implica el cambio climático, Milei es un ferviente negacionista, igual que Trump y que el otro megamillonario al que idolatra, Elon Musk, a quienes se temía que representara, de hecho, en este G20.
No lo hizo, porque firmó el documento que postula una Alianza contra el hambre y la pobreza. En buena para Argentina, que no quedó aislada, aunque su presidente haya estado en soledad.