Priorizaron la vida de los argentinos.
Y elevaron la pobreza a la mitad de la población del país. Y cerraron 42 mil pequeñas y medianas empresas y 90.000 locales comerciales. En el último año 300 mil personas se quedaron sin trabajo en medio de una inflación galopante, la sexta en el mundo, la más alta de Sudamérica, exceptuando Venezuela. El producto bruto se contrajo diez puntos. La mayor caída de la región después de Perú y, una vez más, Venezuela. Curiosamente, las únicas actividades que crecieron en el año de aislamiento fueron los bancos y los seguros.
Pero priorizaron la vida de los argentinos.
Y condenaron el futuro de cientos de miles de chicos que no tuvieron un solo minuto de clases en todo un año. 960 mil alumnos de primaria y 720 mil de secundaria que no tienen acceso a internet. Muchos de ellos abandonaron la escuela. Muchos de ellos no van a regresar.
Pero priorizaron la vida de los argentinos.
Y dejaron a cientos de miles a la deriva. Meses impedidos de regresar a sus hogares. Varados a la intemperie. Recluidos en escuelas o clubes convertidos en centros de detención. Los condenaron a abandonar a sus familiares enfermos, muchos de los cuales murieron sin compañía. Solange Musse es un ejemplo esencial. El extremo de crueldad al que llega la combinación de ignorancia y desprecio.
Pero priorizaron la vida de los argentinos.
Y violaron los más elementales derechos humanos. Derechos que están por encima de cualquier organización del estado. Encarcelaron y persiguieron gente por salir a la calle a comer un sándwich, remar en un río o vender cubanitos en las esquinas. Mientras hicieron la cuenta, solo en los primeros tres meses de aislamiento, las fuerzas federales apresaron a más de cien mil ciudadanos por estas causas.
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Y aunque no hay suma oficial exacta de los atropellos de las policías provinciales, hay ejemplos de sobra. Magalí apareció ahorcada en una comisaría de San Luis; una chica que cometió el delito de andar en bicicleta en un pueblo de diez mil habitantes. En Villa Mercedes la policía detuvo a Franco por no llevar el documento; luego apareció muerto y enterrado sin participación alguna de sus familiares; tenía 16 años. En La Pampa, Francisco estuvo tres meses internado con golpes en la cabeza producidos en uno de los cinco días de detención por violar la cuarentena; perdió parte de su visión. También en La Pampa, la policía golpeó salvajemente a Luciano por sacar a pasear su perro. En Caleta Olivia, dos policías apretaron el cuello de Rodrigo hasta casi asfixiarlo por haber salido a dar vueltas en auto. En Tucumán detuvieron a Luis Espinoza por ir a una carrera de caballos; una semana después de haber desaparecido lo encontraron muerto. En Salta, Adrián Mercado perdió un ojo por un disparo policial detonado en su cara; el delito había sido estar jugando con sus hijos en la vereda. En Córdoba, Blas Correas fue asesinado por un policía que lo encontró culpable de haber salido con sus amigos a tomar algo de noche.
Durante los primeros seis meses de aislamiento, la Secretaría de Derechos Humanos recibió 530 denuncias de abusos policiales, contra apenas 70 del mismo período del año anterior.
Pero priorizaron la vida de los argentinos.
Este año se sumaron dos millones de nuevos pobres, lo que según estadísticas de UNICEF significaría la muerte de más de 150 mil personas por causas atribuibles a esa condición. Según informes de la Sociedad de Cardiología, las consultas por emergencias coronarias disminuyeron un 75% durante el aislamiento. Son 20 mil casos nuevos de enfermedades cardiovasculares que pudieron ser prevenidas. Y un reguero de trastornos psiquiátricos y psicológicos que se agravaron. Y decenas de miles de personas que no accedieron a los planes de vacunación habituales porque la patología COVID 19 interrumpió la logística de distribución y recepción normales.
Pero priorizaron la vida de los argentinos.
Y esta es la paradoja que los condena. Las medidas prologadas y extremas de aislamiento no sólo no lograron su objetivo sobre cantidad de infectados y muertos por coronavirus. Al contrario. Cuando todavía esperamos la segunda ola, Argentina está entre los primeros doce países del mundo en cantidad de contagios por COVID 19 y entre los primeros trece en cantidad de fallecidos. La fórmula de priorizar la salud por sobre la economía no funcionó. El globo de “cuidar la vida” estalló en pedazos y esparció las esquirlas sobre el plan de vacunación.
Así cierran el año COVID. Poniendo en evidencia que a la hora de “cuidar la vida” priorizan a la corte del palacio. Como la realeza del medioevo. Mientras cientos, miles, de ancianos, gente con problemas de diabetes, hipertensión, antecedentes respiratorios, hacían horas de trámites y colas en los vacunatorios oficiales, los amigos y parientes de la sangre azul del estado entraban por las puertas laterales a vacunarse sin demoras ni urgencia. “Personal estratégico”, se llamaron ustedes mismos. Y por esa avenida pérfida e inmoral desfilaron punteros políticos y sus familias, sindicalistas “ejemplares”, bailarines sociales, militantes cuya importancia era pegar afiches contra el COVID, conocidos con carnet de afiliación, portación de apellido o contactos de funcionarios que simplemente tenían una copia de la llave de la habitación donde se guardaban las vacunas.
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Y con las cantidades mintieron descaradamente. Anunciaron planes faraónicos que ya los expertos objetaban por incumplibles. Iban a inundar de vacunas rusas el país, hasta que los mismos rusos admitieron que no tenían dosis suficientes para abastecer a extranjeros. Ahora los aviones vuelan a Shanghai o Beijing como antes a Moscú en busca de la Operación Milagro. Al ritmo de hoy, nos llevaría un año y medio vacunar a la cantidad suficiente para lograr la inmunidad de rebaño tan ansiada. Y nadie sabe en el mundo cuánto tiempo de inmunidad asegura cualquier vacuna.
Es posible que ahora que se cumple un año del primer contagiado, del primer muerto, los escribas y las fuentes intelectuales estén buscando comparaciones que los rescaten del aplazo. O de la vergüenza. Habrá algún Chile, una Suecia, un Brasil, una Alemania a quien echarle culpas mayores. No los redime. Los murciélagos de Wuhan vinieron a demostrar mejor que nadie que el relato alcanza para cierto tiempo. Que para sacar al país del barro hay que arremangarse y empujar.