El registro para segmentar los subsidios a los servicios públicos que acaba de abrir la Secretaría de Energía tiene, además de todos los inconvenientes y burocracia administrativa, cinco problemas de fondo.
El primero es que diferenciará la tarifa según el nivel de ingresos del hogar sin explicitarle a nadie lo que cuesta hoy la energía ni lo que costará luego de perder los subsidios. ¿De cuánto estamos hablando? ¿50%? ¿100, 200%? Todo puede ser. Tampoco hay término medio, porque podría pasar que un usuario esté dispuesto a pagar un determinado porcentaje más, pero no a firmar un cheque en blanco que no sabe si podrá pagar.
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Lo segundo es que en un país con una informalidad del 45%, apenas poco más de la mitad estará bajo el imperio de la tijera estatal. Los funcionarios alegan que al menos quitarle a algunos el subsidio es mejor que dejárselo a todo el mundo, pero no hace más que ratificar aquello de que siempre se caza adentro del zoológico y que el evade o elude impuestos siempre gana.
Lo tercero es que consolida una mirada prejuiciosa y arbitraria sobre los trabajadores de mejores ingresos, que en ese segmento hacen ya un aporte importante a la equidad distributiva pagando el impuesto a las Ganancias. De repente, el mismo Estado que decidió congelar las tarifas durante tres años porque así entendió que podía ganar elecciones o reconstituir su capital político, decide ahora pasar a tarifa plena a un segmento de usuarios, arrinconándolos en su discurso como los egoístas que siempre ganan mucho. Son hogares con ingresos por 1.200 dólares.
Eso de que “tienen que hacer un esfuerzo en pos de los que menos tienen” esconde una mirada incorrecta, porque la energía debiera tener el mismo precio para todo el mundo y luego, el usuario más desprotegido (al menos la mitad en Argentina está en esas condiciones), recibir el descuento que acredite necesitar. El aceite, la harina o los fideos también tienen subsidio estatal y llegan a la góndola con el mismo precio para todo el mundo.
Así, a tontas y a locas, se fomenta el sobreconsumo en un país que importa luz y gas, porque nadie sabe a ciencia cierta el costo real de esos servicios. Cuando se explica que en gas el usuario paga apenas el 25% de lo que cuesta nadie lo cree.