Recuerdo una conversación de enero de hace muchos años. Un grupito de amigos del barrio insistía en que los Reyes Magos eran los padres y a mí se me atoraba la garganta y se me llenaban los ojos con lágrimas de bronca. El Niño Dios sí son los padres -decía-, pero los Reyes no, yo mismo los vi, y vi a los camellos. Mentiroso, me gritaban, y yo tenía que aceptar que me había excedido en la defensa pero que siempre había estado atento a los zapatos y que los camellos eran los que se tomaban el agua y se comían el pastito porque a mis viejos no los había visto nunca merodear la zona.
De allí en más, no pude dejar de ver a mis amigos con cara de ogros. Ese intento artero de arrasar con mi ilusión más profunda merecía una sanción, que en aquel momento fue el silencio.
Con el fútbol me pasa lo mismo que con los Reyes. Creo en el fútbol, creo en once atletas que se mueven a la perfección, en equipo, como las hormigas, para llevar la pelota hasta el arco rival. Que llevan esa pelota con destreza y habilidad, con arte incluso, hasta que aparecen los artistas supremos, los Messi, los Maradona, que son magos o genios a los que sacaron de la lámpara, y que entre todos me hacen la vida más llevadera. Feliz.
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Pero de pronto irrumpen seres extraños, como el ogro de la Conmebol, tratando de comprarme los sueños con avisos comerciales y derechos de televisión, y mandan dirigentes y barrabravas y pedradas y entradas revendidas y reglamentos truchos para hacerme creer que en el fútbol no hay arte ni magia, que el fútbol también son los padres. Y, como en aquel episodio de mi infancia, la garganta se me atora y se me llenan los ojos con lágrimas de bronca.
Pero no quiero callarme. Porque ahora sé que a los ogros no los sanciona el silencio. Quiero gritar para que los camellos sigan comiendo el pastito que les dejo y para que el fútbol siga siendo arte y magia. Quiero que el ogro de la Conmebol se despierte y enfrente un tribunal de reyes magos que lo acuse de un crimen de lesa ilusión, de esos que no prescriben nunca y que sentencian a los ogros a convertirse en camellos. Porque los Reyes existen. Yo los vi.