En las últimas fotos que había publicado en su perfil podía ver claramente que si bien había pasado el tiempo, más de 30 años, todavía conservaba los rasgos de los que él se había enamorado, especialmente esa sonrisa triste que tanto le había costado olvidar.
Ella vivía en la provincia de Buenos Aires pero tuvo que viajar a Córdoba para arreglar el papeleo de una casa y acordaron verse en un bar. Curiosamente les costó reconocerse cuando estuvieron cara a cara. En Facebook era otra cosa, porque cada uno subía las fotos que más los favorecían, pero ahora que se veían en persona parecían muy distintos. Sustancialmente distintos. A los de las fotos y a los del pasado.
Según mi amigo, no lo impresionaron ni el engrosamiento de la cintura y las caderas, ni las patas de gallo, ni las arrugas verticales en la comisura de los labios. Lo que más lo desencantó fue que, según él, claro, se le había apagado la mirada, que los ojos ya no brillaban como en aquella época.
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A ella le debe haber pasado algo parecido, me dijo, porque pasó sin escalas de la cara de sorpresa al verme a una expresión insulsa, de empleada administrativa. Hablaron media hora de los hijos que tenía cada uno, casi no recordaron nada de su noviazgo y cada uno se fue sin prometer un nuevo encuentro.
Entiende mi amigo que Facebook es traicionero. Que te abre todas las puertas para volver a vivir episodios del pasado, y cuando los tenés al frente te estampa la nariz de un portazo. Según él, como siempre estamos decepcionados con el presente, los chicos empiezan a imaginar un futuro y corren hacia él lo más rápido que pueden. Cuando lo alcanzan, es decir, cuando el futuro se vuelve presente, vuelven a desencantarse y, ya grandes, por supuesto, empiezan a apelar a los recuerdos.
Facebook les facilita los contactos. Los amigos y compañeros de colegio que ya están gordos, pelados, burgueses y no quieren saber nada con hacerse una chupina colectiva o salir a recorrer a dedo la provincia o el país, y las novias de antaño, que ya no tienen la piel tersa ni los sueños intensos de la adolescencia.
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Con la garganta cerrada, al borde de las lágrimas, me recomendó que jamás se me ocurriera eso de volver al pasado. Que era conveniente que lo conserváramos como recuerdo porque en cuanto lo querés traer al presente no pueden soportar el baño de actualidad y se corroen como el cartón con el ácido.
Por supuesto, dijo, que hay quienes retomaron las viejas relaciones e intimaron durante un tiempo, pero esas son excepciones, no la regla, y además no conozco un solo caso en que esa rentré haya durado.
"Estamos condenados al presente", pontificó, antes de pagar los cafés y retirarse a las apuradas. No me dio tiempo a levantarme. Apenas si tuve ánimo para dudar entre escribir un tibio “feliz día del amigo” o borrarme de los grupos de WhatsApp.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.