Aunque parezca lo mismo, una cosa es adherir a las democracias liberales y tejer alianzas con ellas y otra muy distinta es que un presidente se arrogue la potestad de decidir con qué gobiernos del mundo mantendrá relaciones y con cuáles no lo hará.
Este es uno de los puntos que Javier Milei deberá replantearse. Hasta aquí, lo que ha insinuado como política exterior es que privilegiará el vínculo de Argentina con Estados Unidos e Israel, pero escarbando un poco sus razonamientos la impresión es que se refiere a Donald Trump y Benjamín Netanyahu, más que a los países de ambos.
También se deduce de sus apreciaciones sobre la política exterior que tiene pensado implementar, que no tratará con los gobiernos de Brasil y China, porque considera que Lula da Silva y el régimen chino son comunistas. Además de lo inmensamente discutible que resulta esa calificación para ambos casos, está el hecho de que se trata de los dos principales socios comerciales de Argentina, por lo tanto, la buena relación con ambos tiene que ver con la preservación de los intereses del país.
+ MIRÁ MÁS: Causas y probables consecuencias del triunfo de Javier Milei
En rigor, la política exterior de un país no puede establecerse según las filias y fobias del gobernante. Sencillamente, las simpatías ideológicas y personales de un jefe de Estado no importan. En todo caso, la buena sintonía política y personal pueden resultar de mucha utilidad, pero las antipatías políticas y personales jamás deben interferir en las relaciones internacionales. Éstas deben guiarse por los intereses de la Nación y no por los gustos y preferencias de quien ha recibido un mandato de la ciudadanía.
Esto no implica dejar de lado valores esenciales. Pero una cosa es tomar distancia de regímenes dictatoriales como los que imperan en Nicaragua y Venezuela, o repudiar regímenes lunáticos como el talibán y totalitarismos demenciales como el norcoreano, o ejercer de todas las maneras posibles presiones sobre Irán para que entregue a los responsables de las masacres perpetradas en Argentina por esa teocracia chiita, y otra cosa muy distinta es no hablar con Lula porque, en la particularísima apreciación del presidente electo de Argentina, el mandatario brasileño “es comunista”.
También sería un error estrafalario reducir la intensidad del acercamiento a Washington porque, según Milei, el presidente Joe Biden “es un socialista moderado” y, por ende, la relación se intensificará cuando vuelva a la Casa Blanca Donald Trump, en el caso de que eso ocurra.
Que al frente de la Cancillería vaya a estar Diana Mondino permite esperar un manejo inteligente y razonable de la política exterior del próximo gobierno. Pero no es un dato menor que quien presidirá el gobierno tenga, sobre las relaciones internacionales de un país, ideas que no se corresponden con las responsabilidades que tiene el mandatario en un Estado de Derecho.
+ Diana Mondino, futura canciller de Argentina
Néstor Kirchner inició la deriva de la política exterior, que marcó los posteriores gobiernos de su signo político, al atarla a sus relaciones personales, simpatías ideológicas y negocios políticos (y económicos) a países gobernados por líderes afines. Ese “amiguismo” fue nocivo para la proyección internacional del país, además de revelar un rasgo autoritario de quien cree tener la potestad de decidir arbitrariamente las relaciones exteriores de acuerdo a sus filias y fobias.
El presidente electo también exhibe un rasgo ajeno al Estado de Derecho al plantear que él decidirá con quién relacionarse y con quién no, según coincida o no con su posición política e ideológica.
También en este punto Milei deberá reinventarse. De por sí, resulta una señal inquietante que el grueso de los grandes diarios del mundo lo mencionen como “ultraderechista”.
Ese término tiene una connotación oscura y la historia mundial es elocuente en explicar por qué. Aunque en el otro polo del arco político, la ultraderecha y el marxismo-leninismo tienen en común ser enemigos naturales de la democracia liberal.
Hasta aquí, Milei ha tenido un éxito arrollador como activista mediático. Para esa función, las posiciones extremistas y las desmesuras estridentes resultan útiles. Pero si quiere gobernar como estadista, deberá deconstruirse en muchos aspectos, para construirse como un demócrata centrista y razonable.