Hoy no es un día más en el calendario de mi vida. Hoy se escucharon las tres campanadas en el hospital de día del Sanatorio Allende Cerro, como el fin de un proceso que duró seis meses pero que, en mi cuerpo, parecieron seis años.
Comencé las 16 sesiones de quimioterapia el 15 de junio de este año. En la primera me acompañó mi hijo Tomás. Recuerdo que llegué con muchos nervios, incertidumbres y miedo a la reacción de mi cuerpo.
Las primeras quimioterapias me produjeron un malestar insoportable, la caída del cabello, las cejas, las pestañas. Días tristes, de mucho cansancio y a veces mal humor, pero inspirada y sostenida por el gran cariño recibido por parte de mi familia, mis amigos, compañeros de trabajo, médicos y enfermeras y la gente (muchos “rezadores anónimos” aparecieron en mi vida).
Decidí no dejarme caer y transformar todo esto que me estaba sucediendo en algo importante y solidario que pudiera ser útil para los demás. Doy la primera campana para todos los que me acompañaron. Lo afectivo.
Las cuatro primeras sesiones de quimioterapia (llamadas rojas) estaban previstas cada 21 días, pero como los análisis de laboratorios mostraron buenos resultados, los médicos decidieron acortar a 15 días entre una y otra. En dos meses finalizaron. Las 12 siguientes fueron semanales. Estas me producían dolores articulares, de cabeza, hinchazón por los corticoides, derrames oculares, mucho sueño y manchas en la piel. Doy la segunda campana para agradecer no haber bajado los brazos con la convicción que esta es la forma de erradicar el cáncer y sintiendo que lo estético es un efecto secundario. Lo corporal.
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A las 12 quimios llamadas “ blancas” me acompañaron distintas amigas, Anita Calviño, Meli Masut, Ceci Etchandy y a la mayoría mi mamá María. Mi hermana Natalia Vallori era quien organizaba la agenda encargándose de la logística afectiva asegurándose que estuviera siempre bien acompañada. Al principio las vivía con pesar, pero luego decidí tomar cada sesión como un momento de relax. Así, mientras recibía el tratamiento oncológico, jugaba con cada acompañante a los naipes, a las palabras cruzadas, mi mamá me leía chistes y hasta intenté aprender a tejer (cuestión que no conseguí hacer con mucho éxito). Doy la tercera campanada para aconsejar vivir todo como un aprendizaje. Mente positiva y buen humor dentro de lo posible. Lo mental
Termina esta etapa. Dejo el sonido de cada campanada para todos los que estuvieron a mi lado de una manera u otra, para quienes donaron sus cabellos solo por solidaridad en la hermosa jornada de Canal Doce el 18 de octubre que pasó, por cada café compartido, por cada rezo, por cada palabra de aliento, por todos los mensajes que me enviaron con buenos deseos de gente que conozco y también de personas que nunca vi en mi vida.
Espero poder transmitir este mensaje para aquellos que hoy comenzaron sus quimioterapias con los mismos miedos que yo o para quienes la transitan en silencio o en soledad. ¡Vamos que se puede!
Finalizó esta etapa del proceso, muy emocionada, feliz, orgullosa, fortalecida, en paz y fundamentalmente plena de amor por todo lo recibido. Siento que si bien queda camino por recorrer, es un día para expresar alegría, transmitir esperanzas y celebrar la vida.
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Gracias a quien me donó la "campana por la salud", Coty Areco de Río Ceballos
A quien la recibió y me la entregó, Evelyn Liendo
A todos los que me acompañaron en cada una de las quimios, Tomás Cieres Vallori, Natalia Vallori, Sesy Etchandy, Anita Calviño, mi cuñada Caro Gilardoni, mi mamá María Rafaela Gutiérrez
Y a Patricia Denes por restaurar mi peluca que me prestó Fundación Vanesa Durán