Estaba mirando Instagram. Encuentra un perfil que vendía útiles escolares. A un mes del inicio de clases, consultó por dos mochilas para sus hijos. Le respondieron y le dijeron que salían 5.500 pesos cada una.
Amanda tenía sus ahorros. Sin dudarlo, las reservó e inmediatamente realizó la transferencia. El vendedor le pidió sus datos y le indicó que en tres días llegaba la mercadería a través de una empresa de transporte.
Prometieron enviarle la factura y el seguimiento del pedido. Sin embargo, nada de eso sucedió. El jueves le volvió a escribir y se dio cuenta que la habían bloqueado. Fue estafada.
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En medio de la desesperación, le habló a través de otra cuenta. El ladrón le respondió y le confesó que estaba en la cárcel desde hacía seis años. Y hasta se excusó diciéndole que “la vida en la cárcel no era fácil”, por lo que vivía de eso, es decir, de la delincuencia virtual. Le pidió perdón y le aclaró que no iba a devolverle el dinero.
La víctima gastó 10 mil pesos, los ahorros que tenía para que la vuelta al cole de sus hijos sea de la mejor manera posible. Ahora no puede volver a comprarlas. Con mucha tristeza y lágrimas en sus ojos, lamentó por lo que tuvo que pasar y aseguró que “era el poco dinero que tenían”.
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