En Rusia, las conspiraciones tienen muchas capas y las verdaderas causas y razones de los acontecimientos siempre quedan en el misterio.
Quizá nunca se sepa qué quiso hacer Yevgueny Prigozhin cuando apuntó las armas del Grupo Wagner contra el generalato ruso. Estaba a la vista su enfrentamiento con el ministro de Defensa Serguey Shoigu y con el jefe del ejército Valery Gerasimov. También sus denuncias de las maniobras para debilitar al Grupo Wagner en el escenario ucraniano.
Un supuesto ataque ruso contra sus cuarteles, matando una multitud de mercenarios, lo hizo declarar la guerra a la jefatura militar de Rusia. Aclaraba que su rebelión no era contra el presidente, sino contra el Ministerio de Defensa y la cúpula militar, pero eso no existe. Si se levanta contra las autoridades militares del gobierno de Vladimir Putin, se está levantando contra Vladimir Putin.
Si el Grupo Wagner ocupa la ciudad rusa de Rostov del Don y se hace cargo del comando militar allí establecido, se trata de un acto golpista. Y si avanza con sus fuerzas hacia Moscú, está avanzando contra el gobierno que encabeza el hombre que le abrió el camino hacia las riquezas y el poder desde que era el vicealcalde de San Petersburgo y Prigozhin un vendedor de panchos en la ciudad que la era soviética llamó Leningrado.
Posiblemente, el creador y dueño del Grupo Wagner pretendía tomar el poder dejando a Putin en el cargo de presidente. Pero eso no existe. También es posible que apostara a que el jefe del Kremlin no atacaría su marcha hacia Moscú. Ocurre que es imposible que una caravana de camiones y blindados avance hacia la capital sin que sea diezmada por la Fuerza Aérea.
Si querían aplastar al ejército privado de Prigozhin, ni siquiera tenían que enfrentarlo con tropas terrestres para cortarle la marcha a Moscú. Podían aplastarlo desde el aire, porque lo que no tiene Wagner son aviones y helicópteros artillados para combatir en ese espacio.
Como Prigozhin era el instrumento con que Putin procuraba marcar límites a sus generales, el “oligarca” que ostentaba su poderoso ejército de mercenarios pensó que el presidente se pondría de su lado. Esa es una posible lectura. La de un error de cálculo que el sublevado recién entendió cuando Putin lo acusó de traidor.
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Lo que está a la vista es que Yevgueny Prigozhin generó una sublevación equiparable al intento golpista del KGB contra Gorbachov en 1991, y que en un santiamén pasó de avanzar hacia Moscú con ínfulas de conquistador a huir como una rata a Bielorrusia. ¿Qué ocurrió en ese santiamén? Quizá nunca se sepa a ciencia cierta la razón de ese bochornoso giro copernicano que convirtió un avance triunfal en fuga vergonzosa.
En todo caso, lo único que parece claro es que los insólitos acontecimientos de los últimos días dejaron a la vista de los rusos y del mundo el caos en la estructura del poder que encabeza Vladimir Putin.
El protagonismo asumido por el jefe de una fuerza mercenaria en el escenario bélico de Ucrania, ya mostraba una anomalía. Como el presidente no lo detenía, la centralidad escénica crecía junto con la embriaguez napoleónica que le causaban los éxitos militares.
En esta posible interpretación de los hechos, la conquista de Bakhmut en una batalla histórica hizo que Prigozhin se sintiera como Julio César al conquistar las Galias, y pretendiera echar de sus cargos al ministro Shoigu y al general Gerasimov para asumir el control de las Fuerzas Armadas rusas.
Que se atreviera a tanto hizo pensar que podía lograrlo; que si lanzaba su ejército privado contra Moscú es porque podía vencer al mando militar. Pero pasó de triunfal conquistador a cobarde derrotado, en sólo un puñado de horas.
Eso es lo que se vio, pero no necesariamente lo que de verdad sucedió. Lo realmente sucedido quizá nunca se sepa. Pero la insólita y efímera rebelión exhibe la oscuridad del poder que encabeza Putin y también el caos en el que cayó por invadir Ucrania, encontrando allí una resistencia y un respaldo occidental que no había calculado.