Las monedas hace mucho tiempo que faltan. Es que costaban más acuñarlas que lo que realmente valían: por ejemplo, hacer la de un peso “vieja” costaba 1,48 pesos. La nueva familia de monedas cuesta un tercio de eso.
El Banco Central está en un proceso de reemplazar billetes deteriorados por monedas, que duran mucho más que los 18 meses de un billete “chico”. A los de dos pesos directamente los eliminó y en el mediano plazo hará lo mismo con los de cinco y los de 10.
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Pero si faltan monedas, obliga a que una de las partes pierda: el que resigna cobrar esos dos pesos o el que da de más aceptando algo a cambio, si es que se puede.
No tener posibilidad de dar vuelto es, simbólicamente, ayudar a la depreciación del peso. Ya no sólo que no cuidamos los centavos, que no existen: ni siquiera valoramos los dos pesos. Así, estará el que redondea hacia arriba y contribuye a su manera a incrementar los precios.
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Y sí, no tener monedas para dar vuelto es no darle valor a esa porción de pesos, aunque sean mínimos. ¿Somos culpables? La depreciación del peso es consecuencia de una inflación estructural que hace 15 años años no baja del 20% anual.
Un billete de dos pesos son ocho centavos de dólar. En otras economías, igual se valoran y se defienden. Nosotros no: sabemos, implícitamente, que cada vez valen menos.
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