El dato de 5,3% de inflación de junio no es un dato más. Primero, quiebra la tenue tendencia a la baja que se registraba desde marzo, cuando picó en 6,7%. Altísimo, pero levemente venía bajando. Segundo, porque aun así, no refleja absolutamente nada de lo que convulsiona a la Argentina desde hace 15 días. La renuncia de Martín Guzmán, seguida de una posterior devaluación de facto no está reflejada en ese número. Sí se verá en julio: los analistas hablan ya de un piso del 8%.
El tercer dato que agrega gravedad a la cosa está en las causas de la inflación: no está en la guerra, como sostenía el Gobierno (de hecho, los alimentos estuvieron por debajo del 5,3), no está en el dólar oficial que rige las importaciones (porque en junio corrió por detrás) y no está en un tarifazo que busque recuperar el alza de la energía, en especial la que se importa. De nuevo: no hubo devaluación en junio.
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Estamos entonces en un punto donde la inflación responde a otras cuestiones. Sí hay razones macro que expliquen una parte (la emisión monetaria, el pase a precios de los aumentos salariales, el déficit que está lejos de reducirse) pero buena parte de la inflación de junio y de los meses que vendrán responde a otra cosa: expectativas, incertidumbre. Nada de lo que está haciendo la dirigencia política es gratis en términos económicos. El silencio de Cristina, si acompaña o no acompaña, si habrá más gasto con un salario universal para todos, si la ministra Batakis es la próxima que será revoleada, si Alberto gobierna o se retiró de hecho de la conducción del país: todo eso pasa a precio. La desazón salta por ahí. Las consultoras proyectan un 2022 con el 90% de inflación.
Con un cuarto agregado: la ciudadanía no cree que este Gobierno (y vaya a saber si le cree al que venga) sea capaz de bajar la inflación. Hay una convicción profunda en los ciudadanos de que la cosa no se va a arreglar, ya sea porque no quieren, no saben, no pueden o porque les conviene seguir galopando al 64% anual. No va a pasar. Y entonces, quien vende algo o le tiene que poner precio a su trabajo, remarca. Quien tiene pesos, los gasta de forma desaforada. El que no quiere gastar, se refugia en el dólar. Todos huyen del peso.
Por eso el dato de inflación es grave: está sellado por la desconfianza.