Quizás el hartazgo de ser continuamente ultrajado, de vivir con miedo y que las autoridades no hagan nada, debería contemplarse expresamente en el código penal como un atenuante. Eso no significa linchar a nadie. Significa que ya que quienes deben protegernos no hacen nada, o hacen muy poco, que al menos no les aten las manos a los vecinos.
Por otro lado, está claro que el aumento de la delincuencia en general se corresponde con el aumento de la marginalidad social. Eso está demostrado por las estadísticas y hace rato que no es tema de discusión en los ámbitos del estudio. Mientras peor nos va económicamente, más inseguridad sufrimos.
+ MIRÁ MÁS: El miedo que aburre
Pero eso no significa que nos tenemos que cruzar de brazos a la espera de que nuestros eficientes economistas solucionen el problema de la carestía de la vida. Porque eso parece. Que nos cruzamos de brazos, total acudimos a la excusa de la pobreza.
Veamos. ¿La policía patrulla bien? ¿Cumple con el rol preventivo, disuasor? ¿Controla como corresponde la actividad delictiva en la calle? ¿Hace una inteligencia correcta? ¿Responde con eficacia y prontitud las denuncias de la gente? ¿Investiga y castiga como debe la corrupción interna de la fuerza? ¿Selecciona y entrena como corresponde al personal que va a combatir el delito? ¿Le paga como se debe a los agentes? No. Es la respuesta común a todos esos interrogantes.
Sigamos preguntando. ¿Sirve la tecnología para combatir el delito como ha servido en otras actividades? ¿Sirven para algo las cámaras de seguridad, las alarmas conectadas a centrales de monitoreo, los grupos de vecinos y policías conectados por WhatsApp, la sistematización de las huellas digitales, etcétera? No. Respuesta común. La implementación de todo eso no ha hecho bajar los índices delictivos, por lo tanto es lógico concluir en que se implementan mal.
+ MIRÁ MÁS:
Finalmente, para no aburrir con tantas preguntas. No se enfrenta como se debe el problema del abastecimiento de armas a la delincuencia. Más allá de que en muchos casos es la propia autoridad la que se las facilita por acción u omisión. Y tampoco se controla a los reducidores de elementos robados, que no son tantos. Porque reduciendo su venta a los ciudadanos que no delinquen, es lógico pensar que se estaría reduciendo el negocio del robo.
Es decir, hay muchas cosas que se pueden hacer, además de esperar que alguna vez, por arte de magia, nos convirtamos en Finlandia o Nueva Zelanda y ya no necesitemos cárceles, ni jueces, ni policías.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.